El primer ministro de India, Narendra Modi, es el jefe de Estado más popular del planeta. Hasta López Obrador lo reconoce. Modi es un populista de libro de texto. En marzo encarceló al principal líder de la oposición, por haberlo criticado. Lo acusó de difamación y logró que lo sentenciaran a dos años de cárcel. En febrero, ordenó una redada contra las oficinas de la BBC de Londres por difundir un documental crítico y además le inició una metralla de auditorías. No sólo promueve un nativismo rancio, sino que le agrega un componente religioso: discrimina abiertamente a todos los que no profesan el hinduismo. India para los hindúes. Musulmanes y cristianos han sufrido embestidas violentas que son animadas y auspiciadas por el régimen de Modi. Ha sido tibio ante la invasión a Ucrania: no condenó a Putin, no se sumó a las sanciones económicas y se ha vuelto abiertamente comprador y comercializador del petróleo ruso.
Esta semana, Narendra Modi fue recibido con bombo y platillo por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quien —ojos y nariz tapados— presentó al premier indio como el admirable líder de una de las democracias más grandes y vibrantes del mundo.
En 2020, durante su campaña presidencial, Joe Biden prometió convertir en un paria de la humanidad al mandamás de Arabia Saudita, el príncipe heredero Mohammed bin Salman. No es para menos: recién se había descubierto que un comando de élite saudí había secuestrado y descuartizado al periodista del Washington Post, Jamal Khashoggi, uno de los principales críticos del poderoso monarca apodado MBS por sus iniciales. En Arabia Saudita no hay espacio a la disidencia, a la crítica ni a la oposición. No hay espacio a la libertad de expresión ni a los derechos humanos.
En 2022, Biden visitó a MBS en Arabia Saudita, lo saludó de “puñito” y le suplicó que aumentara su producción de petróleo (es el principal productor mundial) para que bajaran los precios de la gasolina, que estaban aniquilando la popularidad del presidente estadounidense entre sus ciudadanos. MBS lo mandó a volar y encima, reforzó sus lazos con Rusia, se acercó a China y en un lance diplomático históricamente simbólico, restableció relaciones con Irán, su archirrival regional. Mientras, MBS acaba de asociarse con la liga de golf americana PGA, clasificó a la Champions con el equipo de la Premier League inglesa que adquirió, Cristiano juega en la liga saudí, acaba de quedarse con Benzemá y tiene a Messi de vocero turístico. No es el currículum de un paria.
Traigo estos dos contundentes ejemplos a colación porque sigo escuchando en la conversación pública comentarios en el sentido de que “Estados Unidos nunca va a permitir” que tal o cual cosa pase en México, que “los gringos no van a dejar” que López Obrador haga esto o aquello. Una suerte de añoranza por un contrapeso que no existe ni va a existir (y agregaría que afortunadamente, considerando los costos que suelen acarrear esos apoyos). Dos gobiernos antagonistas de Estados Unidos —el de Biden y el de Trump— han mandado exactamente la misma señal frente a México: nos vale lo que haga AMLO, siempre y cuando siga dándonos 26 mil soldados para que frenen a los migrantes que quieren llegar a nuestro territorio. Me sorprende que en México siga habiendo gente que no lo entienda.
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