Los espacios de mi infancia han cambiado, se han hecho más pequeños, ante la evidencia me he rendido, he comprobado con mis propios ojos tras una reja divisoria sus verdaderas magnitudes. Ya conozco su respuesta, y me anticipo; estoy de acuerdo en conceder, que mi casa de ese entonces, era contemplada con mi visión de niña.
Eso no va a cambiar nunca, pues así se asimilo en mí, y aunque ahora me hablen de otras medidas, en mí no se admiten correcciones. Será que en esta evolución constante a la que somos sometidos, no se nos permite escoger un lugar para fincar nuestra estancia en la vida, decir: Yo aquí me estaciono, las transformaciones no se hacen esperar, en ocasiones, ella y yo, intercambiamos recuerdos y no dejamos de asombrarnos, viendo el mismo objeto desde una diferente perspectiva.
Llegando de la escuela, me saludaba el jardín, los rosales orgullosos, el naranjo, la casita sonriente y el mandarino del fondo, bajo del cual, mi abuela mandaba enterrar a los perros que morían. Concho cavaba hondo, descubría con la pala una tierra negrísima que abría generosa sus brazos húmedos. Otros más, tenían lugares preferenciales y descansaban sus preciados huesos en el cuarto de las sillas. “Ladi noble amigo” decía una de ellas, con toda seguridad, duermen el sueño de los justos, a menos que ese espacio también haya sido arrasado y cambiado.
Anoche volví en mis sueños a mi amada casa, caminé por el pasillo largo y me senté en uno de sus sillones, la casa permanecía en silencio, también dormía. El reloj de mi abuelo, marcaba la hora con el ritmo de sus engranajes, y yo, contemplaba la puerta, dubitativa. Todo lucía como entonces, la imagen de bulto de la virgen de la silla, la cara de porcelana de la niña sonriente, continuaba en la entrada del cuarto y me veía con extrañeza.
Después, ante una señal interna, abandoné mi sillón y me acerqué a tu puerta, tomé el picaporte dorado que giró dócil entre mis dedos, mis pies descalzos no hacían ruido y la luna, alumbraba la casa especialmente para mí sin reflectores. Mollie, roncaba echada a tus pies, por lo que supuse que en ese estado sin tiempo que es la mente, yo había vuelto a ser una niña, tal vez era por eso que todo conservaba las mismas dimensiones.
Observé tu silueta que dormía silenciosa, me acosté a tu lado en esa cama que compartimos tantos años hasta que emprendí mi propia vida, y en el silencio de mis pensamientos, platiqué contigo en un monólogo que me dictaban mis pensamientos diciéndote una y otra vez que te quería.
No sé en qué momento cerré mis ojos, que acostumbrados a la penumbra se sentían cansados, cuando los abrí, te habías girado sin notarlo y me veías con tus ojos comprensivos, diciéndome con tu mirada que me habías entendido, que estabas enterada del enorme hueco que me dejó tu cariño, de lo mucho que me hiciste falta. Me escuchaste y dialogamos con el pensamiento, enmedio de la noche silenciosa con las manos entrelazadas, dándole un sentido a la distancia, al tiempo, a cada segundo transcurrido.
Así caminó la noche, hasta que me vacié de palabras y no hubo más que decir, solo tenerte conmigo entre las manos. Estoy consciente que los espacios han mutado, que todo parece haberse hecho más pequeño, pero tengo la tranquilidad que tú y yo, seguimos siendo las mismas.