Por Edurne Villanueva

Mónica entró a la tienda justo detrás del viejo, pero como lo suyo eran las papas se dirigió al pasillo de la izquierda.

—Buenos días. Buenos días

El cliente saludó al par de hombres dentro de la abarrotera. Recorrió el corto pasillo entre los refrigeradores y el anaquel lleno de pan y galletas. Como siempre, se le antojaron las rellenas de limón, pero la voz de su esposa le recordó que su hígado graso no estaba para eso. Pasó sin tocarlos.

—Buenos días, ¿Qué le voy a dar? 

—Dame un sobre de Pedigree pa’la Canija… ¿Tendrás periódicos viejos? Los ocupo pa’ mi Soledad que no sabes como es. Aunque con Dolores no salen sobrando. Me llamo Carlos. ¿y tú?

—Seguro, don Carlos. Mi nombre es Javier, aquí estamos para servirle. ¿Le doy otra cosa? —le hizo la cuenta y miró a su vecino Fernando que todas las mañanas se tomaba el café con él.

—¿Qué tal van los juegos con tanto cambio en las reglas? —preguntó el viejo al mirar el partido entre los Phillis y los Astros en la enorme pantalla de la tienda.

—Eso estábamos platicando. Habrá que estar atentos para ver cómo las aplican, ¿no?

—Alguien me dijo que a las nuevas generaciones les parece un juego lento. Que por eso los cambios. Que les resulta demasiado largo. 

—Pues es que esto no se acaba hasta que se acaba.

—¡Exacto! Como decía Yogi Berra.

Doña Marcela, la vecina de enfrente, entró a la tienda con su nieto de cinco años bien pescado de la mano. El chiquillo todo quería coger y rogaba que le comprara algo.

—No. ¡ya estate! Ya te dije que no. Si nomás te traje porque tu abuelo no puede cuidarlos a los dos juntos. No porque te vaya a comprar nada… ¡Buenos días!

—Buenos días —respondieron los señores. Mónica prefirió fingir que no existía.

—Serían 75, don Carlos —el tendero recibió de inmediato la cantidad exacta.

—Ya me voy, Javier, pa’que atiendas a la señora. Con permiso —hizo un gesto con la mano a Fernando y se fue.

—¿Qué le voy a dar, doña Marce? —todos miraron salir al viejo.

La mujer sacó una Coca de un refrigerador, la más grande que encontró, y la puso sobre el mostrador— Tres kilos de tortillas y un queso, Javier. Ese era el marido de doña Susana, ¿no? —Abrió otro refri y tomó una charola con chorizo que agregó a su pedido—, y un bote de frijoles. Por favor.

—Ese mero es —respondió Fernando—. Ya son casi tres años de viudo y sus hijos ni se paran. Vive solo en esa casa que ya le quedó grande. Cómo que traía ganas de platicar, ¿no? ¿Se irá a comer la comida para perro? Dijo que pa´la canija. 

Mónica los escuchó reírse como quien no sabe si será chiste o es en serio. Ella al viejo solo lo había visto de lejos. No lo conocía de nada.

—Antes era maestro, y de los buenos, dicen. Imagínate, siempre rodeado de chamacos y ahora ni quien le haga ruido —agregó la mujer mientras buscaba el monedero en su mandil.

—Serían 254, doña Marce.

La chica le dio la vuelta a la tienda, su mirada se cruzó con la del tendero cuando ambos descubrieron al chiquillo en plena fechoría. 

—Y 15 del Vualá que se está comiendo su nieto —Javier tomó el billete de a quinientos que ya le extendían y rápido buscó el cambio.

—¡Méndigo chamaco! No te digo, puros problemas contigo. ¡Ámonos pa’la casa! 

Mientras sujetaba con fuerza la mano del crío agarró la bolsa con su compra y recibió el cambio en la otra. Salió echando madres como todos los días. Fernando se carcajeó.

—¡Ah! qué la doña. Con esos hijos que tiene, está hecha. La Licha nomás viene y le deja a los escuincles y ni dinero le da para mantenerlos. Y el Moy se aparece cuando algo se le ofrece… Su don el otro día me decía que así mejor que ni vinieran a verlos. Cómo si él ayudara mucho… desde que se incapacitó de la empresa cobra medio sueldo y no la ayuda en nada. Ni a la tienda viene el muy huevón. Se la pasa viendo Nefliz. Si llegar a viejo con familia es eso, mejor como el maistrito, ¿no crees?

Javier medio le sonrió a su compa, pero se abstuvo de comentar ante la clienta que ya estaba frente al mostrador. 

—¿Qué pasó, Moni? ¿Qué se va a desayunar hoy? 

—Hoy deme un churro, don Javier. Tengo ganas de algo dulce. 

—¿Andas triste? ¿Quién te pegó? —le hizo la broma para hacerla reír, pero la mueca de ella no llegó ni a media sonrisa. Intentaba animarla— No se deje, dígale a su apá. Seguro que él la defiende.

—Sí, verdad. Gracias —respondió la muchacha al pagar.

Salió de la tienda, pero se detuvo en la banqueta para escribir un mensaje; no pudo evitar escuchar a los hombres. [Continuará]

Edurne Villanueva es queretana de nacimiento y potosina por elección, aunque vive feliz desde hace años en Irapuato, Gto. Le encantan las historias en libros, películas o en canción. Como parte del taller de Escritura Creativa del IMCAR terminó su primera novela, Mentiras gordas, hace parte de la colección de la editorial Universo de Libros. Acaba de terminar una novela histórica.

Envíenos su cuento a: latrincadelcuento@gmail.com

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