Ilustrativo a más no poder resulta el reciente estudio presentado por el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) al analizar el nivel de riesgo de corrupción en el gasto del Gobierno federal. No les sorprenderá saber, amigos lectores, que la opacidad está a la orden del día en este sexenio, lo que hace que el riesgo para que florezca la corrupción vaya en incremento.
Destacan sobremanera empresas relacionadas con Segalmex, en donde ya ha sido confirmado un megafraude, especialmente en dos de ellas administradas directamente por Segalmex, que dirigió el megaprotegido Ignacio Ovalle, quien fuera miembro del equipo del Presidente Carlos Salinas de Gortari años y ahora lo es del señor López.
En Diconsa, específicamente, hubo gastos por 19 mil 734 millones de pesos, y el noventa por ciento de ese gasto se adjudicó por dedazo, sin licitación de por medio.
Liconsa no se queda nada atrás, pues el 82% de sus compras fueron por adjudicación directa.
El sector salud no se queda nada atrás, ya que en éste el 74% del monto gastado en medicamentos fue también por adjudicación directa.
Resulta obvio que cuando es la propia burocracia de las dependencias públicas la que decide quién es proveedor y quién no, se incrementa exponencialmente la incidencia de la corrupción.
Sin apego a la ley, sin licitaciones, con adjudicaciones directas, en plena opacidad, no hay forma de que la ciudadanía se entere a qué precio se adquieren ciertos bienes y servicios ni en qué términos. Sin este “benchmarking” el cielo es el límite en lo que se refiere a pagar por bienes o servicios ordinarios, pero liquidados a precios estratosféricos.
Habiéndose reconocido que en Segalmex, la administradora central, existe corrupción, no hay por qué dudar que en sus filiales Diconsa y Liconsa también la hay. Esto basado en el hecho de que en la forma en que gasta el dinero del pueblo se realiza con total opacidad.
Súmenle ustedes a lo anterior los 287 millones de pesos que tuvo que pagar Pemex tras una acusación de peculado ante la FGR por parte de un contratista, o también los contratos otorgados a primos y amigos de -cuando menos- dos hijos del Presidente.
Uno en el caso de Baker Hughes que, al tiempo que recibía contratos de Pemex, le prestaba -o rentaba- una casa en Houston a un hijo del Presidente, a cuya esposa empleaba. Obvio conflicto de interés al que le dieron reversa, en Houston, aunque los contratos con Pemex aparentemente continúan.
El otro caso está ligado a otro hijo del Presidente, uno que se dice que es muy influyente, llamado Andrés, que le consiguió contratos a primos y amigos para la reconstrucción del malecón de Villahermosa y para la conversión de lo que habría sido el aeropuerto de Texcoco en “parque ecológico”.
¡Y ni mencionar los fajos de billetes en efectivo que recibieron -y fueron videograbados haciéndolo- dos hermanos del Presidente, mismos que andan hoy en campaña presidencial en Morena: uno con la señora Sheinbaum y otro con el Canciller Ebrard!
Ante toda esta evidencia conviene preguntar: ¿Quiénes son los corruptos en nuestro México de hoy? ¿A los que el señor López insulta y llama así sólo por el hecho de simpatizar con la precandidatura de la Senadora Xóchitl Gálvez, o ellos mismos que son quienes realmente hacen los negocios y pisotean las leyes para opacidad los contratos gubernamentales de bienes y servicios?
Paradójicamente, el hecho de que se evidencien las corruptelas en esta Administración es en sí la causa por la que López pretende desviar la atención atacando y achacándoles corrupción a todos menos a los que realmente son y están en su Gobierno.
Al tildar a todo el mundo que considera “adversario” de “saqueadores” y otras linduras pretende eliminar a quien pueda ganarles la Presidencia.
Si el Presidente pierde la Presidencia ya no tendrá quién le cuide las espaldas y encubra las cochinadas cocinadas en este sexenio, en los Segalmexes, en el sector salud, y en muchos otros recónditos espacios del Gobierno federal.
De ahí su vehemencia, su terquedad, en agredir incluso violando la instrucción del INE y el secreto fiscal y bancario. ¡Debe ser muy grande la desesperación… y el miedo, que más bien parece ya pánico!