XVI domingo del tiempo ordinario
El tema del Reino de los cielos es más actual de lo que imaginamos. Al explicarlo, Jesús no solo pone en claro el proceder misericordioso de Dios, sino que, además, pone al descubierto las realidades humanas de modo lúcido y profundo. Jesús, en la parábola del buen sembrador, nos hizo ver, por una parte, lo difícil que es que la semilla del Reino entre en los corazones que, en el paso de la vida, se hicieron duros, con poca riqueza interior o en aquellos que viven más para lo exterior y lo material; pero, también puso de manifiesto la confianza que Dios tiene en nosotros, por eso, el atrevimiento de sembrar a pesar de las circunstancias adversas.
Ahora nos presenta la parábola del hombre que sembró buena semilla en su campo y, mientras dormían los trabajadores, el enemigo vino y sembró la cizaña entre el trigo y se marchó. Al advertir este problema, el dueño ordena que no la arranquen, no sea que al arrancar la cizaña arranquen también el trigo (cfr. Mt. 13, 24ss). La razón de tal riesgo está en que mientras que se desarrollan, el trigo y la cizaña son muy similares. Su diferencia se muestra con claridad hasta el momento de dar los frutos.
Dice el libro del Génesis que, cuando Dios terminó la creación, vio todo lo que había hecho y todo estaba muy bien. Y así fue, en efecto, el mundo fue hecho con unas leyes naturales perfectas, sin las cuales no sería posible ni la ciencia ni la técnica ni el mínimo conocimiento empírico y, por tanto, ni el uso debido de las cosas. Gracias a que todo estuvo bien hecho, podemos conocer el comportamiento natural de las cosas y así las hacemos útiles para nosotros. Y Dios decidió ponerlo todo en manos del hombre.
Pero ahora cabe la pregunta: ¿si todo estaba muy bien, por qué hoy vivimos llenos de miedos ante las graves crisis ecológicas, económicas, políticas, religiosas y, desde luego, morales? La causa nos la da el evangelio: Dios siembra la buena semilla, pero los aliados de Satanás ponen la cizaña mientras los obreros duermen. Las plantas de trigo y de cizaña se parecen, pero los que las sembraron saben que no son iguales. Hoy hay quienes hablan de calidad de vida y, a la vez, se afanan en contaminar y destruir la naturaleza o promueven el aborto, es decir, deciden matar en el vientre materno.
Hay quienes hablan de calidad educativa, pero, a la vez, a la familia no se le respeta su autonomía para educar a los hijos en los buenos principios. Mientras los hijos se drogan y consumen alcohol nos preguntamos: ¿dónde están los papás? El joven que no tiene sexo y consume droga y alcohol a temprana edad se ve como un bicho raro, pero después nos quejamos de la promiscuidad, de tantos embarazos no deseados y lloramos por los que mueren estrellados en accidentes. Hoy se ve como anticuada a la persona que habla y vive en principios morales y religiosos. Es esto a lo que se refiere Jesús al hablar del trigo que crece entre la cizaña, donde la cizaña se ve como planta buena, pero a la hora de los frutos no se obtienen los mismos resultados.
Pero dice el evangelio que la cizaña se sembró mientras los trabajadores dormían, por lo que cabe preguntarnos: ¿cómo pueden dormirse tanto los papás para dejar que los hijos sean educados por la televisión, los videojuegos, por la calle y por otros agentes que promueven la violencia y la cultura de la muerte? ¿Cómo pueden dormirse tanto los evangelizadores y ministros de culto permitiendo que las ovejas caminen solas, a la deriva por las periferias existenciales, por un mundo sin Dios? ¿Cómo pueden dormirse los responsables de gobernar los pueblos dedicándose de más a la búsqueda de votos, de imagen y de poder, mientras los pueblos se debaten entre la violencia, el hambre y un sin fin de necesidades? ¿Cómo pueden dormirse los miembros de otras estructuras sociales tratando de ser más influyentes, mientras el mundo lo que necesita son líderes de bien, que humanicen y que piensen en todos, sin sentimientos egoístas y sin falsos protagonismos?
Los hijos de Dios, que aceptan su Reino, deben ser como el grano de mostaza que en silencio crece hasta convertirse en un refugio donde vienen a sombrear hasta las aves del cielo. Deben ser como la levadura que fermenta la masa. Como dice el Papa Francisco, ojalá cada parroquia, cada grupo, cada cristiano (y podíamos agregar, cada habitante del mundo), sea como un oasis de misericordia, donde los demás se sientan confortados en el andar de la vida (Cfr. M. V. 12).
Recordando el proyecto de Dios querido para el ser humano, nos dice el Libro de la Sabiduría: “has enseñado a tu pueblo (Señor), que el justo debe ser humano” (Sab. 12, 19). Todos debemos colaborar para que el mundo sea más humano, para que en todos haya un verdadero sentido de esperanza. Pero eso no sucede cuando nos salimos de los fundamentos sólidos que verdaderamente nos pueden sostener y hacer crecer; eso no sucede cuando nos aferramos a vivir sin Dios y contra los principios que Él nos regala.
¿Por qué sobreponer las propuestas vulnerables a los principios que sí dan vida?