Se cuenta que Laozi (o Lao Tse) fue contemporáneo del gran maestro Kong (Confucio). En los registros históricos del Sima Qian, escrito hacia el siglo I A.C., unos cuatro siglos después de los hechos que relata, se dice que tras conversar con él, Confucio confesó a sus discípulos la superioridad intelectual del hombre que trabajaba como archivista de la dinastía Zhou. “Hoy he visto a Laozi y él es como los dragones”, dicen que dijo. Y esa es la única referencia histórica que tenemos del autor de un libro que consta de poco más de 5.000 caracteres; escrito, y regresamos al terreno de la leyenda, a petición de un aduanero que evitó a Laozi (también lo llamaban Lao Er) abandonar para siempre el reino sin dejar un registro para la humanidad de su pensamiento.
Que su origen sea oscuro y que no dispongamos de compilaciones que se remonten más allá del 300 A.C., no son obstáculos para reconocer la profunda sabiduría contenida en sus páginas y su vigencia. Acometer cualquier traducción en la actualidad desde el chino tradicional (con vocablos y gramáticas ambiguas, además de puntuación ausente) que se sume a los incontables estudios realizados a lo largo de milenios culto e historia, un gran reto. Por ello me sorprendió encontrar esta versión editada este año por el Colegio de México, elaborada por Liljana Arsovska y Pablo Rodríguez Durán. Una traducción, en palabras de sus artífices, inocente, diligente y atrevida, que con seguridad deleitará a cualquiera que desee una visión contemporánea de sus imperecederas líneas. Antes que extenderme en comentarios, prefiero compartir algunos fragmentos de los dos cánones que componen la obra:
3
Al no valorar a los genios, el pueblo no pelea;
al no apreciar lo escaso, el pueblo no roba;
al no exhibir lo que incita al deseo, el corazón no se alborota.
29
Quien desea apoderarse del mundo e incidir en él
jamás lo logra; lo he visto yo.
El mundo es una vasija misteriosa,
no se puede manipular.
Quien intenta manipularlo fracasa.
Quien intente retenerlo lo pierde.
En el mundo
unos marcan el paso, otros siguen la huella;
unos suspiran y otros resoplan con fuerza;
unos son fuertes y avasallan;
otros caen y colapsan.
Por ello el sabio renuncia al abuso, al exceso
y a la opulencia.
46
No hay peor desgracia que no saber cuándo es suficiente.
No hay peor calamidad que el desear excedentes.
Saber cuándo es suficiente
permite satisfacción permanente.
72
Cuando el pueblo no teme a la autoridad,
grande es el poder del Estado.
No te metas en sus casas,
no obstaculices sus vidas,
no los orilles, déjalos crecer;
sólo así podrás retener el poder.
Por ello,
el sabio se conoce, mas no se exhibe;
se ama, mas no se idolatra.
Deja aquello y toma esto.
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