Los políticos (o entes similares, que incluyen a las autoridades, sin distinguir sector público o privado) requieren ser vistos, escuchados o leídos. Sin un público se vuelcan al ostracismo. Para evitar lo anterior, no es infrecuente que emitan algún tipo de discurso incendiario o que giren alguna indicación polémica, que emitan una opinión popular o alguna inadmisible por la mayoría, es decir, conocen su juego de mantenerse en la palestra. Como público receptor, solemos tener dos tipos de respuesta: el enganche y participación o simplemente el dejar pasar. Podemos entablar discusiones acaloradas con los amigos o conocidos o no tomar en consideración el asunto.
Sin embargo, hay un punto que, a consideración de su servidor, todos debemos estar atentos y es cuando ese sujeto (representante de autoridad, político o líder) comienza a decir disparates (conocidos también como barbaridades o burradas). ¿Por qué es imperativo prestar atención? Porque al ser acciones o dichos que van contra la lógica o simplemente no guardan sentido, podrían ser indicativos de que el emisor ha perdido la razón o el juicio y esto es sumamente peligroso.
Una persona que emite sentencias disparatadas o toma decisiones no menos que absurdas, es generador de consecuencias de gran magnitud (que pueden ser traducidas a cualquier escala) puesto que generan pérdida de confianza y credibilidad, desilusionan y ocasionan escepticismo, disminuyen la participación e integración y minan la efectividad de cualquier política implementada. Los disparates o decisiones absurdas generan dispendio de recursos y “jalan” la atención lejos de los verdaderos problemas y sus soluciones, lo que provoca pérdida de tiempo, esfuerzo o fondos en la persecución de objetivos imprácticos o simplemente inalcanzables.
De igual manera, los disparates de líderes o dirigentes causan polarización y división, exacerbando diferencias sustantivas entre los múltiples segmentos de la población, limitando la capacidad de diálogo y cooperación entre los individuos. Generan también erosión de los principios democráticos y se promueve la consolidación del poder en manos de unos cuantos, apelando a falta de transparencia. Así mismo, van destruyendo la escucha y consideración a los expertos o a quienes poseen conocimiento objetivo en la materia de interés. Esto puede tener serias consecuencias en multitud de ramos donde suceda, como es en salud, educación o economía, en los cuales políticas y decisiones informadas son cruciales. Por último, comienza a normalizarse la desinformación, donde la falsedad en el discurso, la falta de sentido o la pérdida de la lógica en el juicio, genera verdaderos problemas sociales y afecta el bienestar de las personas.
Es notorio que, al iniciar el sinsentido (hablando del liderazgo en las formas ya comentadas) y el dejar de abordar los verdaderos problemas y sus soluciones, comienza el deterioro de los servicios, se acrecientan inequidades sociales, se estrenan las consecuencias económicas y es factible llegar a un punto de tal descontento que el hartazgo social se traduce en frustración e insatisfacción tan grande, que la pérdida de la paz es una realidad factible. Todo lo anterior con consecuencias que tienen impacto inmediato, pero también a mediano y largo plazo, haciendo más pequeñas las posibilidades de crecimiento o desarrollo.
Es por lo anterior que, ejerciendo nuestra capacidad de ser ciudadanos cabales, debemos escuchar y estar atentos a quienes son los “líderes”, “autoridades” o “gobernantes”, puesto que al mostrar los antes mencionados atisbos de un pensamiento disparatado, debemos encender las alarmas y actuar en consecuencia. Es tiempo.
Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor de especialidad y promotor de la donación voluntaria de sangre.