Por Caro Nadele

Ella sale al balcón atestado de macetas en floración. Comienza a regarlas. El sol de la mañana cae sobre las margaritas, los crisantemos, los pensamientos, los geranios. Mientras ella vierte el agua de su regadera, tararea una canción.

Un muchacho, vestido de mezclilla y lentes oscuros, camina por la banqueta solitaria en esos momentos. Lleva las manos en los bolsillos del pantalón. En pocos minutos pasará bajo el balcón de ella. 

Se escucha el tronido de un vehículo. 

Ella distingue la motocicleta a distancia. El vehículo disminuye la velocidad y se arrima a la banqueta. Vienen dos hombres en la moto. Justo cuando pasan junto al joven, el de atrás de la moto estira el brazo y suenan dos disparos. Ella se echa al suelo, soltando la regadera que al caer empata el ruido metálico con otro disparo. 

La muchacha, en cuclillas, puede ver entre los barrotes del balcón y las macetas, al muchacho que caminaba, caer boca abajo. La mano con el arma sigue extendida y suenan uno, dos, tres disparos más. Entonces el conductor de la moto acelera. El que disparó sigue mirando hacia atrás, apuntando con el arma. 

De pronto, levanta la cabeza hacia donde ella está; parece que la ve pues levanta la pistola, como dirigiéndola a ella. 

Pero no dispara. 

La muchacha sigue de hinojos, con el pecho contraído, casi no respira. Total, a lo mejor un día le toca a ella, a cualquiera le puede tocar. 

Ella se levanta cuando ya no escucha más el tronido de la motocicleta. 

Vecinos salen y observan al joven postrado, la cabeza en un charco rojo. Lo observan a cierta distancia. 

Ella recoge la regadera, las manos le tiemblan. Entra a la habitación y el temblor se extiende a sus piernas. 

Toma el teléfono y llama. “Sí, le han disparado a otro”, dice, e indica la dirección de los hechos. Cuelga. 

Saca el cuaderno que tiene guardado en un cajón del tocador. Abre una plana, casi llena de rayitas y anota una más que cruza en diagonal a cuatro verticales. Pinta otra rayita, por si acaso le toca a ella, que se sepa que es una más. O una menos.

Después va al baño, se arregla el pañuelo que cubre su cabello, llena la regadera de agua y regresa al balcón.   

Caro Nadele (Carolina Nájera de León), leonesa, radicada actualmente en la ciudad de Guanajuato. Estudió la licenciatura en Psicología en la Universidad de Guanajuato. Ha participado en diversos talleres de cuento, como: Altaller, en el Taller de Escritura Creativa en el Mesón de San Antonio y en el Taller de cuento Efrén Hernández del fondo de Letras Guanajuatenses Ha publicado cuentos en LetrasVersales, en la Revista Polen de la UG, en La vida va, compilación de autores del Fondo de Letras Guanajuatenses, y en la sección La Trinca del cuento, del Diario AM.

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