Hoy estamos comprometidos en una batalla total y definitiva
entre el comunismo ateo y la cristiandad.
Joseph McCarthy, 1950
Han pasado casi 75 años de la cacería de brujas desatada por el senador McCarthy en los Estados Unidos que tan bien retrata la nueva película de Christopher Nolan sobre la vida de Robert Oppenheimer. Por esos años, la simple sospecha de haber compartido algunas ideas de izquierda antes o durante la Segunda Guerra Mundial terminó con la carrera profesional y/o política de personajes como el científico retratado en la cinta. Mejor muerto que rojo, era una de las consignas esgrimidas por los simpatizantes de McCarthy, hombre que caería en desgracia en 1957, pero cuyo eco se reproduciría en América Latina a través de los gobiernos militares o de corte militar apoyados por Washington hasta la caída del Muro de Berlín.
No hay que olvidar, tampoco, que unas décadas antes de McCarthy, en México, y muy particularmente en el centro occidente, los gritos se escuchaban en contra de la educación socialista predicada por los gobiernos posrevolucionarios del PNR, que luego se convertiría en el PRI de Lázaro Cárdenas. Esos gritos vinieron acompañados de asesinatos, violaciones o mutilaciones viles, o por lo menos hostigamiento por fanáticos religiosos a maestros, en particular de escuelas federales. Jorge López Guzmán describe a la perfección algunos episodios en los años previos y posteriores a la Cristiada en su trabajo La cuestión educativa en Guanajuato. En esas lides se estrenó la Unión Nacional Sinarquista e hizo alianza con la famosa Asociación Nacional de Padres de Familia. Esta última, tampoco hay que olvidarlo, se opuso rotundamente en 1960 a que se distribuyeran en todo México y de forma gratuita libros de texto.
Por todo esto me siento desplazado en el tiempo cuando leo o escucho a periodistas y a políticos perorar en contra de los nuevos libros de texto porque hacen énfasis en la vida en comunidad (para ellos sinónimo de comunismo: el mismísimo demonio). Como si este país no necesitara urgentemente restañar el tejido social o fomentar la participación ciudadana en los asuntos que nos atañen a todos. Como rancios macartistas critican el uso de la palabra “asamblea”, para que los niños se reúnan en búsqueda de soluciones a sus problemas de forma dialogada y pacífica. Una palabra que heredamos no de la rusia bolchevique sino de la Revolución Francesa. Esa misma revolución que pugnaba por la igualdad, otro concepto que todavía trae en jaque a quienes me gusta llamar AMW’s, para usar una terminología norteamericana que viene muy a cuento. Es decir, Angry Male Whitexicans.
Cinco años he tolerado su mala leche, su “todo mal”, su apocalipsis a la vuelta de la esquina, esa visión fosca que les impide ver hasta los logros más básicos de este sexenio. Su bilis no logra comprender el nivel de aprobación del Kakas, como les gusta llamarlo, con gesto supremacista además de ramplón. En estos cinco años México no sólo no se ha convertido en Venezuela sino que está a punto de ser el principal socio del homeland gringo, porque siempre nos hemos mantenido mucho más cerca de los Estados Unidos que de China o Rusia. ¿No se han dado cuenta?
Y de algo estoy seguro, que en manos de una propuesta de izquierda progresista los beneficios del nearshoring serán mucho más equitativos (vía salarios dignos y programas sociales) que todo lo que hayamos visto en las últimas décadas de gobiernos saqueadores y de cuates, esos mismos que ahora nos presentan a Xóchitl Gálvez como la solución a todos nuestros problemas.
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