El 16 de agosto, policías municipales recibieron un reporte anónimo sobre la presencia de restos calcinados en la comunidad La Troje, en el municipio de Lagos de Moreno. En el lugar, según se reportó después, había cuatro cráneos y restos tan impactados por el fuego que, dijeron las autoridades, se “hacía complicado” determinar la cantidad y el sexo de los cuerpos.
Cinco días atrás, integrantes del crimen organizado habían privado de la libertad, en la explanada de esa cabecera municipal, a cinco jóvenes que luego fueron grabados en un video dantesco.
Se pensó que los restos de La Troje podrían ser los de los jóvenes desaparecidos, pero ayer el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, informó que esos restos no tienen coincidencia genética con los jóvenes desaparecidos.
Esto significa que detrás de los restos de La Troje hay una historia de horror distinta a la de los muchachos de Lagos. Una historia que prueba que lo ocurrido el 11 de agosto en la explanada del municipio no es un hecho aislado.
El 15 de agosto, unos días después de que la historia de Diego, Dante, Roberto, Uriel y Jaime explotara mediáticamente, despertando un nivel de indignación que la supuesta sordera presidencial no hizo sino azuzar, elementos de la Comisaría de Encarnación Díaz recibieron el reporte de que en el libramiento carretero que llevaba a Lagos de Moreno, frente al Centro Comercial Nuevo Milenio, se estaba incendiando un Jetta de color blanco.
Cuando bomberos de Encarnación Díaz sofocaron el fuego, los elementos se percataron de que en la cajuela del vehículo había un cuerpo humano totalmente calcinado.
Las placas del Jetta coincidían con las que los familiares de uno de los desaparecidos habían reportado. El vehículo pertenecía a uno de los muchachos. Las confrontas genéticas, sin embargo, arrojaron resultados negativos. Se determinó que el cadáver hallado en la cajuela pertenecía a un hombre mayor, de entre 30 y 45 años: otra historia de horror que las autoridades de Jalisco no han contado. Fuentes locales señalan que hay una línea de investigación que indaga si estos últimos restos podrían ser los del responsable de haber secuestrado y grabado a los muchachos: si se trata de un castigo por haber puesto en el centro de la atención nacional una región totalmente dominada por el crimen organizado.
El lunes pasado un nuevo descubrimiento alumbró con mayor claridad la dimensión de la tragedia que se vive en la zona de Los Altos. Personal de la fiscalía estatal aseguró un nuevo predio en la comunidad El Bajío de la Laguna, ubicada en el mismo municipio.
Había una motosierra, machetes, armas punzocortantes, un marro y múltiples segmentos óseos que, de nueva cuenta, “podrían corresponder a varios individuos”.
Desde hace tiempo, las notas sobre la inseguridad y los asaltos carreteros a vehículos particulares y de carga, llevados a cabo en el tramo Lagos de Moreno-Encarnación de Díaz, se pierden de vista en medio del escurridero de sangre, del estallido de violencia que las pugnas entre el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación han dejado en Los Altos.
Los reportes sobre retenes de la delincuencia organizada -algunos de estos conformados hasta por 30 hombres armados-, son parte de la vida diaria. En algunas agencias automotrices los vendedores recomiendan a los clientes comprar sus unidades en otro estado: el robo de camionetas recién salidas de la agencia se ha disparado.
Según reportes de inteligencia, el pago de nómina del Cártel Jalisco a los agentes de la comisaría municipal de Lagos de Moreno se lleva a cabo al interior de la misma comandancia. Dichas fuentes tienen incluso los nombres de los comandantes involucrados.
El alcalde emecista de Lagos de Moreno, Tecutli Gómez, está al tanto de la situación. La Guardia Nacional ha jugado un papel decorativo: en lugar de interesarse en la seguridad de los ciudadanos, sus agentes ven las carreteras como máquinas de hacer dinero.
En esa zona la impunidad es total. La trágica desaparición de los jóvenes de Lagos reveló con crudeza la realidad de otro municipio de Jalisco, de otro municipio de México, repleto de predios con cuerpos desmembrados y calcinados.