Seis siglos antes de Cristo ya se practicaba en la India la medicina Ayurveda, donde se describían más de 700 plantas, animales y minerales para uso medicinal. En Egipto tenían su propio dios farmacéutico, el obscuro Anubis, quien cultivaba también yerbas medicinales y transmitía su conocimiento sobre estos temas a los humanos. Los griegos idearon un compendio de deidades para casi todo y no podían dejar de lado la salud, ideando a Pharmakis (nótese el nombre) como diosa de la magia y experta en remedios medicinales. En Roma, Galeno, quien creía que los medicamentos deberían producir un efecto contrario a los síntomas de las enfermedades, preparaba a diestra y siniestra multitud de remedios en su gabinete.
Estas breves acotaciones históricas hacen notar que la farmacia, entendida como la ciencia y técnica de conocer las sustancias de acción terapéutica, obtenerlas y combinarlas para preparar medicamentos y también como el establecimiento donde se preparan, resguardan o distribuyen fármacos, es una actividad que ha acompañado a la humanidad desde sus más remotos orígenes. Esta disciplina científica ha evolucionado a través de los siglos y cada vez se refina más, se diversifica de mayor manera y se robustece acorde a las necesidades de salud y enfermedad de las poblaciones humanas.
Sin embargo, en toda la historia de esta noble actividad, no existe ningún registro fiable de una “farmacia gigante”, en la cual se hayan podido compilar, resguardar o distribuir “todas las medicinas del mundo”. La diversidad y complejidad de la industria farmacéutica tiene un vastísimo (y el término se queda corto) catálogo de diferentes fármacos, manufactureros y condiciones tratables, lo que hace imposible (sí, así de lapidaria la frase) el tener disponibles “todos” los medicamentos que existen.
Los medicamentos son producidos por multitud de compañías farmacéuticas alrededor del planeta, cada una especializada en diferentes tipos de medicaciones. Existen fármacos de prescripción, otros de venta libre, genéricos, de patente, productos biológicos, vacunas, entre otros. Todos estos productos son regulados por diferentes autoridades sanitarias y requieren de canales específicos de distribución, condiciones de almacenamiento o protocolos de prescripción.
Lo anterior debería hacer “simple” el entendimiento de que incluso la compañía más grande o el distribuidor más potente, no tienen la capacidad de tener todas las medicinas disponibles en un solo sitio, por las propias regulaciones y requerimientos normativos, los convenios entre fabricantes, las limitaciones de almacenamiento y de nuevo, la increíble cantidad de diferentes medicamentos que se producen al día de hoy. La disponibilidad de medicamentos específicos varía incluso de país en país, por las diferentes aprobaciones regulatorias, los estatus de patentes y las propias necesidades locales en salud. Es por lo anterior que si bien se debe apostar por tener una cobertura sensata, amplia y diseñada como “traje a la medida” para los diferentes grupos de población, no es factible para ninguna nación el tener todas las medicinas disponibles en un solo lugar.
En otra columna hablé de disparates y considero que en vez de gastar tiempo en una empresa inútil, como la descrita anteriormente, los esfuerzos deberían estar orientados a acciones puntuales para la mejora en el acceso a medicamentos: 1) Reducir la disparidad en la accesibilidad a medicinas, en especial en aquellas regiones de difícil acceso geográfico, limitadas en infraestructura o con capacidad económica disminuida, 2) atacar los medicamentos pirata, con regulación y supervisión más estricta, para evitar que estos pseudofármacos causen daño por ser inefectivos e incluso peligrosos para los pacientes, 3) mejorar los procesos de distribución y evitar las disrupciones en la cadena de suministros, teniendo planes de acción para cuando ocurran desastres naturales, problemas de transportación o desabasto de algunos productos, 4) mejorar la logística e infraestructura relacionada, particularmente en regiones remotas o rurales, 5) promover mecanismos que hagan más asequibles económicamente algunos medicamentos, considerando incluso apoyo del propio gobierno o subsidios, 6) evitar el despilfarro y productos que alcancen su caducidad, para reducir el desperdicio, 7) apostar y fomentar los productos genéricos de calidad, 8) proporcionar un financiamiento robusto (es decir, una porción sustantiva del gasto público) para los sistemas de salud, en especial relacionados a productos farmacéuticos.
No perdamos el tiempo y mejor pongamos manos a la obra para afrontar estos desafíos que requieren la colaboración de gobiernos, proveedores de servicios de salud, industria farmacéutica, instancias regulatorias e incluso organizaciones internacionales, en afán de asegurar que las poblaciones tengan acceso a medicamentos seguros y efectivos. Es tiempo.
Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor de especialidad y promotor de la donación voluntaria de sangre.
RAA