Maná, el enorme grupo de rock mexicano, compuso en los años ochenta, una canción maravillosa sobre el mundo de las adicciones: “La puerta azul”. Describe a un joven que se enamora de una chica que conoce cuando tiene 15 años; abre una puerta azul y se enamora de ella, pero pronto se da cuenta de que su mundo es caótico y peligroso. Su amor contrasta con la realidad de sus vidas difíciles, ya que descubren que sus sueños no pueden ser sostenidos por las duras realidades del mundo en el que viven y los diamantes que caen del cielo se convierten en un símbolo de la fragilidad de sus esperanzas y aspiraciones. A pesar del peligro, el hombre sigue con la chica, incluso cuando se da cuenta de que su amor le destruirá.
La “puerta azul”, metafóricamente hablando, son las drogas. Puerta, porque se refiere a la entrada a un mundo de sueños, alucinaciones y todos esos efectos que las drogas conllevan. Azul, porque según el “feng shui” las puertas azules son las más llamativas a la vista. La puerta azul se convierte en un símbolo del peligro y el caos del mundo de la chica, y el hombre aconseja no abrirla, ya que las pesadillas que hay detrás son demasiado largas y difíciles de soportar. Maná metaforiza ese mundo, al que entran cada vez más millones de jóvenes (y niños) en México; a esa realidad que atienden pocas organizaciones de la sociedad civil y a la que el gobierno federal ha dejado con pocos recursos. Es el mundo de la adicción a las drogas y del cual viven miles de sujetos haciendo negocio con el dolor y la muerte de jóvenes, pues el narcotráfico es una actividad ilícita y de muerte.
Sabemos que las drogas ofrecen efectos que para muchos son muy atractivos; cuando un joven se vuelve adicto a una droga (te enamora) las consecuencias son terribles, devastadoras, mortales, quiebran al ser humano y se hace lo que sea necesario (te arrodilla) para conseguirla. Las drogas no perdonan y muchas personas pierden la vida a causa de su consumo. Por eso, la canción dice que una “puerta azul” no hay que tocarla, mucho menos abrirla.
Para tratar de contener las adicciones hay pocas iniciativas, pero la más socorrida son los anexos, una realidad que no debería existir en México ni en León. Los datos estadísticos reflejan que son una respuesta a la terrible realidad de la drogadicción en los jóvenes y que, aunque operan muchos, lamentablemente son pocos los que ofrecen condiciones dignas y de efectividad. Tiene muchos riesgos no solo de mantenerlo financieramente, sino de implementar métodos efectivos para sacar a los jóvenes de la “puerta azul”. Además, tiene los riesgos de que el crimen organizado los monitorea, pues recluta, “rescata”, cobra deudas, y además, tiene retenidos a sus “clientes cautivos”.
Y metido siempre en este mundo de los jóvenes, sé que tocaba crear en León, un centro de rehabilitación en adicciones que ofreciera condiciones dignas para que el proceso les lleve de regreso a un futuro mejor, todo aplicando el sistema preventivo de Don Bosco para formar “buenos cristianos y honrados ciudadanos”, meter el “sistema preventivo” salesiano para regresar a los jóvenes a la vida que conduce a la plenitud. Los gobiernos no dedican suficientes recursos a esto y que la sociedad es la que debe atenderlo, pues no se puede resolver la realidad de los jóvenes en vulnerabilidad, si no hay instituciones de la sociedad que le metan recursos, tiempo y amor.
Los centros de rehabilitación (conocidos como “anexos”) son creados para alcohólicos y personas con otras adicciones y son un asunto preocupante y polémico. En ocasiones, una persona interna a un familiar con el objetivo de ayudarlo a sanar, pero en lugar de eso, lo encierra en un lugar sin higiene, sin respeto a su dignidad y con muchos malos tratos. La situación es preocupante: en Guanajuato hay cerca de 500 centros de rehabilitación o anexos, pero menos de 15 están acreditados ante la Cofepris y la Conadic, por no cumplir requisitos de operación. Por eso, se necesita que instituciones sólidas trabajen en abrir más centros de rehabilitación.
He procurado siempre ser agradecido. Ya con don Ricardo Alaniz, cuando donó los terrenos de su hangar en el exaeropuerto San Carlos para lograr un acceso digno a la Universidad Tecnológica de León, o cuando Vicente Guerrero me acompañó a conocer la realidad de las ciclovías y decidir invertir en hacer nuevas rutas o con Ricardo Sheffield en escuchar el proyecto de “sembrar agua para León” en la sierra o con Bárbara Botello que no me dejó solo en la idea de abrir la secundaria “Institución Juvenil de León” en Las Joyas y construir un aula. Por eso, agradezco de corazón a Ale Gutierrez, al Ayuntamiento y a los funcionarios municipales que coincidieron en apoyar esta iniciativa salesiana de ampliar el Centro Juvenil Salesiano “Valdocco” en Chapalita, fundado hace 40 años, para que atendamos ahora a jóvenes a que regresen, a que salgan, de la “puerta azul”.
RAA