Ya estuvo de esa patraña de que López Obrador es el presidente más criticado de la historia, de que todos los medios de comunicación están en su contra, de que los dueños de los medios ordenan a sus periodistas atacar al gobierno. Todo lo contrario.
La línea editorial de la inmensa mayoría de los medios de comunicación ha sido proclive al presidente. Si bien dentro de esos medios ha habido voces que ejercen la crítica, como regla general se han minimizado los escándalos del gobierno, se ha guardado silencio ante sus evidentes errores, se han normalizado sus lances autoritarios y se ha optado por trivializar el periodismo de investigación.
En la inmensa mayoría de los medios de comunicación, desde que ganó las elecciones y hasta la fecha, se han repetido en todos los horarios declaraciones del presidente sin cuestionarlas, y en muchos casos sin tomar siquiera la mínima distancia periodística al presentarlas. Se difunden insultos, ataques y calumnias, afirmaciones sin fundamento, fantasías, mentiras redondas, datos inventados, chistoretes denigratorios, diatribas, expresiones discriminatorias, criminalización de víctimas y mucho más. Todos los días, todos los años, todo el sexenio.
No solo se normalizaron la mentira y la calumnia presidenciales. Se les legitimó al reproducirlas sin más. Ningún político gozó jamás en México de tal impunidad declarativa. Ningún otro actor público recibe el privilegio de que sus dichos pasen libremente el filtro de los criterios de cobertura periodística y se incluyan en espacios destacados aun cuando la mayor parte de las veces son infundios, muchos de ellos constituyen violaciones a las leyes o son abiertamente falsos. Ningún político jamás gozó de tal salvoconducto en tantas redacciones de tantos medios durante tanto tiempo.
Desde la campaña, los medios de comunicación incluyeron en mesas de debate y programas de análisis a morenistas. Pluralidad plena. Tras la victoria obradorista, muchos medios ofrecieron a esos representantes de partido volverse parte de sus alineaciones permanentes. El “equilibrio periodístico” consistió en poner a un morenista con credencial de militante a debatir en una mesa contra un analista que, si bien podía ser crítico del presidente, no tenía filiación partidista. En realidad, fue un desequilibrio: el morenista nunca cuestionaba nada del gobierno porque arriesgaba su futuro político, era capaz de justificar las corruptelas más evidentes con tal de granjearse algunas simpatías en el movimiento, mientras el analista podía lo mismo criticar al régimen que criticar a la oposición (los analistas considerados “adversarios” por AMLO coinciden en la condena del pasado corrupto y vapulearon a la oposición por estar pasmada). Se han transmitido íntegras o en extensos fragmentos sus conferencias mañaneras, en las que suele navegar sin oleaje, al grado que cuando cualquier periodista logra cuestionarlo se vuelve el video viral del día.
Y todavía se queja. Se dice víctima de “los poderosos” cuando detenta más poder que todos… y claro, sus declaraciones victimizándose se reproducen con naturalidad cotidiana.
Saciamorbos
Este tema da para más… en futuras entregas.