Ella habla a la distancia. Cómodamente sentada en el sillón, con la mirada fija en un punto  escucha con interés, y de cuando en cuando, extrae de su intelecto consejos sabios. Qué fácil está resultando con la tecnología reducir distancias y aquietar corazones, pienso, después de una hora, se hace la calma, se ha aquietado el mar.

Yo la observo a unos cuantos metros, ella no se percata pues está completamente abstraída, trata de secuenciar lo que le dice la voz y toma notas ordenando esas ideas dispersas, luego las retomará para indagar más profundo. Cada vez  más, hasta llegar al centro de esas aguas agitadas. 

Y dado que todos tendemos a terribilizar y maximizar y sobre todo, a esconder,  pero esto Laura lo sabe, da a las cosas su justa medida, descubre emociones perdidas en esa agua revuelta, da el bálsamo modulado de su voz, nulificando a esas otras que dañaron profundo, sin piedad, con toda la intención de herir.

¿Hay alguno que no haya sufrido el ataque de las palabras y mimetizándose como los pulpos para resguardarse con prudencia, disfrazado de mentiras lo niegue, quien será? 

El tirador mide el blanco, calcula la distancia, el lado flaco y descubierto, escoge la más dañina de sus flechas que posee más veneno para corroer y gangrenar, la que a su saber dejará una huella de mal, de la que no se recuperará nunca. Luego con ojo diestro, emite la ofensa certera, se deleita viéndola sorprendida e incrédula, observa correr su sangre emponzoñada hasta recorrerla al ritmo de su latido, y se retira a gozar del banquete de su triunfo malévolo. 

Y es en este preciso momento, cuando se toma la decisión de nunca nombrarlo, de esconder las palabras malditas en la buhardilla o en el sótano oscuro y nulificar este sentimiento oscuro en el mutismo más absoluto.

Si, de acuerdo, la vida continua, algunos omiten los daños negando lo que pasó, sin embargo comienzan a aparecer los estragos, las transformaciones operan despacio en esa sangre que  destila hiel al tornar la ofensa recurrente como las agitadas olas del mar.

¿Quién detiene el pensamiento, quién ordena al cerebro a olvidar?

En esta ocasión supongo, el bandido fue detenido, se extrajo el mal a base de cuestionamientos, se desprendió del suelo marino entre los bancos de coral, descubierto baja sus brazos rendidos, ya no dañará mas, no. 

Por la sonrisa de Laura, deduzco que ha terminado la terapia y que el navío llegó a un puerto seguro, que las aguas ya no están inquietas. Al colgar, fija su mirada en la mía, y conocedoras las dos de esta historia, sin palabras, sonreímos. 

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