Por José Bernardo Hernández Herrera

—¿Entonces quieres ser escritor?

—Sí, abuelo—dijo Sergio con determinación.

—¿Cuándo terminas la prepa?

—En julio del año que entra.

—¿Ya has escrito algo?

—Cuentos cortos. Pero quiero hacer novela.

—Muy bien. Luego me dejas ver lo que has escrito…

—Claro que sí.

—Recuerdo cuando tu bisabuelo me dejó de hablar cuando le dije lo que me estás diciendo —rio— Me dijo: “Te vas a morir de hambre, muchacho pend… Primero estudia algo serio y luego lo otro”. Tuvo razón. Al principio fue muy difícil. Pero yo siempre estuve convencido. Haz de cuenta que escribir era como hacer figuras de plastilina. Empezaba queriendo hacer un perro y acababa haciendo un dragón. La misma historia me iba llevando por otros caminos que los que había pensado al principio.

—El viejo se quitó los lentes, detuvo el vaivén de la poltrona, sacó su pipa, la preparó y siguió— Las experiencias, hijo. La gente. Los lugares. Las películas. Hasta los mismos libros, carajo… todo sirve de material. De eso se hacen las historias. Tú escribe sin tapujos y sin temor al ridículo. Todavía me acuerdo que mis vecinos se burlaban de mí cuando me veían leer trepado en el árbol que había en el patio de mi casa. Yo les decía que lo intentaran. Me preguntaban que qué chiste tenían los libros, que eran aburridos. Yo les decía “no les puedo explicar, es como cuando alguien te pregunta a qué sabe el mole. Puedes decir que a chile con chocolate, pero hasta que lo pruebas y paladeas su sabor lo vas a entender”. Pero no me hacían caso. La primera historia que escribí fue cuando vi a la vecina encuerada. Me excité, hijo, no lo pude evitar y nomás andaba pensando en eso y quería volverla a ver pero ya no pude. Ese evento desencadenó mi gusto y necesidad por la escritura y de ahí le seguí sin parar. Cuando me fui al Norte, que porque allá se ganaba mejor, me tuve que casar con una gringa para obtener la nacionalidad. Fue lo peor que pude haber hecho. No hay cosa más desagradable que tener relaciones a fuerzas, hijo. Tenía un cuerpo que no me gustaba, sus aromas y efluvios me causaban repugnancia. Yo tenía que durar dos años casado para poder tener la nacionalidad. Con trabajos aguanté seis meses y me regresé. Después tuve una novia que quise mucho, pero me dejó por otro mayor que yo y que ya ganaba lana, yo aún estaba estudiando y no le pude cumplir con el casamiento, además tenía broncas con sus papás y ya no estaba a gusto en su casa. A los años me buscó para decirme que el esposo le pegaba y le era infiel, ya con tres chiquillos, ¿tú crees? Pobre, pero yo ya no pude hacer nada más que escucharla.  Pensé que ya nunca encontraría a nadie a quien querer como la quise a ella. Eso me ayudó a escribir los poemas que ganaron el concurso estatal. Por supuesto que estaba equivocado, cuando me casé con tu abuela me volví loco de pasión, hijo, con decirte que hasta cinco veces al día hacíamos el amor. Nunca me cansé de su cuerpo, de su sabor, de su olor, tenía unos senos bellísimos de jovencita, que ni los años ni los amamantamientos lograron colgar. Evocando esos momentos escribí la novela erótica que fue best seller en 1980. Ah, una vez tuve un maestro que quería tener sexo conmigo. El cabrón me decía que no había nada de malo, que yo tenía que experimentar de todo, me salió con la jalada de que los filósofos griegos eran homosexuales y fueron grandes pensadores…—rio otra vez—“No, maestro”, le dije, “es como si me dijera que tengo que comer caca para probar de todo, aunque me dijera que es nutritiva y sabe buena, por nada del mundo le entro. Es lo mismo”. Hasta eso, me dejó en paz. En cambio, a una maestra le dije que sí. Ella fue la que me enseñó a hacer el amor. A no ser impaciente, a pensar en el otro, a hacer gozar a la pareja y a saber decirle cómo hacerle gozar a uno. Hay quien dice que el orgasmo sincronizado es un mito. Yo te digo que no es cierto, claro que se puede lograr, te lo digo por experiencia. En mi caso, esa maestra era la que me decía si me tenía que apurar o retardar para llegar juntos al punto del máximo placer. No con todas se puede. Con tu abuela nunca pudimos, pero no por eso dejamos de disfrutar. Quiero que sepas que nunca le fui infiel y no me arrepiento. La tentación es canija y más cuando eres famoso, las mujeres te llueven, pero la quería tanto y fue tan buena conmigo y con mis hijos que no tuve necesidad de probar otras mujeres. Pues qué más te puedo decir, hijo. Échale ganas y no te rajes. A tu bisabuelo lo tuve que convencer hasta que vio que la cosa iba en serio. Me negó el habla y el billete. Mi tío Gumersindo fue el que me echó la mano los primeros años y le agradezco tanto eso, pues a pesar de no tener una situación tan holgada como la de mi papá me estuvo ayudando siempre que podía. Él convenció a mi viejo de que me apoyara cuando vio que llevaba más de dos años estudiando y no me rajaba. No hay ninguna receta secreta ni fija para escribir, tú lánzate y talachéale sin miedo. No te va a salir bien a la primera, hasta para hacer de comer tiene su chiste, imagínate para escribir. Muchos compañeros dejaron de estudiar, esto no es para todos, hijo, y no te sientas mal si llegas a descubrir que no eres bueno. La mayoría de los que entran, no logran prosperar. Tampoco lo hagas por el billete, porque si piensas que de eso te vas a hacer millonario, estás equivocado. Hazlo porque te gusta, porque te satisface, porque te sientes realizado, para que el lector se sienta a gusto con tu obra, da siempre lo mejor de ti. Mañana cumple diez años de muerta tu abuela. Yo quería que nos muriéramos juntos, pero no es tan fácil como lo otro que te conté. Ni quería dejarla sola, ni quería que ella me dejara. Y en eso sí solo diosito decide y ni modo. Lo más triste fue cuando se murió tu tío Pancho de una neumonía, era un chiquillo apenas y cuando enviudé. Pienso que son los dolores más grandes de un ser humano. Pero las alegrías han sobrepasado esos dolores. Entonces, ¿me vas a acompañar a Suecia el mes que entra? Qué bueno que se devaluó el peso, así me van a tocar más billetes…

José Bernardo Hernández Herrera. Originario de Uruapan, Michoacán, estudió Administración de Empresas en Guadalajara. Cursó la maestría en literatura en Casa Lamm en la CDMX de 2014 a 2016. Casado con tres hijos, tuvo que abandonar su estado por la violencia. Reside en Irapuato. Hizo parte del taller de escritura del CREA. 

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