La soledad destruye el alma, pero los investigadores están descubriendo que hace mucho más daño que eso. Está asociada a embolias, cardiopatías, demencia, inflamación y suicidio; tanto en sentido figurado como literal, destroza el corazón.

De acuerdo con el director de salud de Estados Unidos, Vivek Murthy, la soledad es tan mortal como fumar quince cigarrillos al día y más letal que consumir seis bebidas alcohólicas diarias. Murthy afirma que la soledad es más peligrosa para la salud que la obesidad y, por desgracia, cada vez estamos más solos. Según una escala muy usada que plantea preguntas tales como si les falta compañía o se sienten excluidos, una mayoría de estadounidenses afirman experimentar soledad.

Sin embargo, también hay soluciones; enfoques que construyen conexiones y nos unen. El Reino Unido es el pionero en estas iniciativas y en 2018 creó el puesto de ministro de la Soledad. Este país controla sociedades público-privadas que de manera colectiva interrelacionan a millones de personas mediante algunos programas como caminatas en la naturaleza, talleres de composición de canciones y recolección comunitaria de basura.

Un ministro de la Soledad es una necesidad mucho menos evidente que un ministro de Defensa o de Relaciones Exteriores, pero otros países le están prestando atención: Japón también ha nombrado un ministro de la Soledad, Suecia tiene un ministro de Asuntos Sociales que ha abordado este tema de manera decidida, y en Australia y otros países ha habido convocatorias para un puesto similar.

Eso ocurre porque, si los investigadores están en lo correcto, es probable que, todos los años, el aislamiento social acabe con muchas más personas en Occidente que los terroristas y los asesinos, y el costo para la población es de sumas enormes de dinero en gastos innecesarios en salud. Hay medidas que pueden ser muy útiles: un repaso de 148 estudios concluyó que las conexiones sociales aumentan cerca del 50 por ciento las probabilidades de que una persona sobreviva durante más o menos los próximos siete años.

Este artículo es el cuarto de una serie esporádica sobre cómo solucionar los problemas que han dejado a tantas personas atrás en Estados Unidos. La génesis de esta serie se basa en los problemas que he visto: como ya he escrito, más de una cuarta parte de los niños que tomaban conmigo el autobús número 6 en Yamhill, Oregón, han muerto a causa de las drogas, el alcohol, el suicidio y otras muertes que se denominan de desolación.

Estas patologías están relacionadas con el aislamiento social. He visto cómo viejos amigos se automedicaban con anfetaminas o alcohol debido, en parte, a que estaban desconectados de la comunidad y después los expedientes penales o de adicciones los dejaban todavía más estigmatizados y aislados.

La Gran Depresión fue devastadora en términos económicos, pero la mortalidad no aumentó, sino más bien disminuyó. ¿Por qué no hubo más fallecimientos por desolación en la década de 1930? Creo que en parte fue porque en esa década había instituciones comunitarias —iglesias, clubes para varones, asociaciones de mujeres, clubes para jugar cartas, ligas de boliche, familias extendidas— que amortiguaban el dolor y la humillación provocados por el desempleo y las dificultades económicas y, en algunos casos, estos grupos se interesaban más y se volvían más activos en épocas de angustia.

Esas instituciones comunitarias se han erosionado. Ahora estamos por nuestra cuenta y tal vez por eso tantas personas también están muriendo solas.

No es sencillo reconstruir las redes. Yo he visto cómo la adicción a las drogas destruye la confianza y el capital social y hace todavía más difícil interrelacionar a la gente y ayudar a los más vulnerables. Pero podemos mejorar en abordar los retos que encontramos en nuestro alrededor, y esta serie es un intento de plantear cómo hacerlo.

El aislamiento social es una rara enfermedad cuya cura se conoce por completo y cuesta relativamente poco, pero es muy difícil de lograr. En el siglo XXI, somos una especie social que vive vidas atomizadas; incluso al vivir en un edificio de apartamentos de lujo en una ciudad densamente poblada, rodeados de personas por todas partes, es fácil que sintamos desolación y melancolía.

Stuart Andrew, el ministro británico de la Soledad me comentó que uno de los retos de la soledad es el estigma en torno a ella. Nos da vergüenza estar solos y nos tardamos en buscar ayuda, así que él ha estado compartiendo relatos sobre su infancia en soledad.
“Cuando era adolescente, me di cuenta de que era homosexual. Me sentía aislado debido al lugar donde vivía, en la zona rural de Gales; además, no conocía a nadie que fuera homosexual. Así que tratar de aceptarlo fue un poco difícil”, añadió.

Las medidas para abordar la soledad no son sofisticadas, de alta tecnología ni caras. De hecho, una de las estrategias es sencillamente que la gente vuelva a las antiguas costumbres, como tomar los alimentos juntos, hacer fiestas y ofrecerse para ayudarse unos a otros.

El ministro británico ha asignado unos 100 millones de dólares para atender la soledad desde 2018, casi siempre para apoyar iniciativas a nivel local. En el vecindario de clase obrera de Acton, en Londres, fui a un centro vecinal que cada semana ofrecía un almuerzo familiar para los niños y mujeres de la zona, muchos de los cuales eran inmigrantes que no sabían hablar inglés bien. Es una oportunidad que tienen para salir de casa y hacer amistades.

Para la coronación del rey Carlos en mayo, el Reino Unido organizó un día de “La gran colaboración” para alentar a las personas a reunirse y ofrecerse como voluntarias, cosa que hizo una asombrosa cantidad de seis millones de personas. Esta respuesta fue tan increíble, que tal vez se vuelva un evento anual.

Estas iniciativas contra la soledad del Reino Unido se intensificaron en junio con la Semana de Conciencia de la Soledad y los eventos de “La gran reunión” en todo el país que coincidió con el cumpleaños de quien fuera miembro del Parlamento británico y amiga mía, Jo Cox, la cual ayudó a encabezar los trabajos para atender la soledad antes de que fuera asesinada en 2016. Los programas iban desde talleres de poesía hasta debates sobre libros y recolección de basura, seguidos de una bebida gratuita en el bar de la localidad.

Esta primavera, se dio un paso para enfrentar el reto de la soledad en Estados Unidos con un informe de 81 páginas del director de salud Murthy: “Nuestra epidemia de soledad y aislamiento”. En 1964, el director de salud en ese momento publicó un aviso histórico sobre los peligros de fumar tabaco, lo cual ayudó a sentar las bases de una larga disminución del uso de tabaco que, según un cálculo, salvó ocho millones de vidas. Yo creo que este informe sobre la soledad también será recordado como algo de importancia histórica.

“La soledad es algo más que solo sentirse mal”, escribió Murthy. La comparó con el tabaco, la obesidad y las adicciones. A menos de que tomemos medidas serias para atenderla, “nos replegaremos todavía más a nuestros rincones… enojados, enfermos y solos”, advirtió.

Murthy plantea una estrategia para atender la soledad que empieza por construir la infraestructura que permita establecer conexiones sociales. Eso incluye infraestructura física, como parques y bibliotecas, y también infraestructura social para interconectar a los voluntarios o los partidarios con intereses comunes.

Así que, presidente Joe Biden, ¿qué tal si creamos un puesto gubernamental equivalente al de ministro de la soledad? Y alcaldes y gobernadores, ¿qué tal si en Estados Unidos ponemos algunas bancas para charlar en los parques, junto con voluntarios asignados que nos lleven a caminatas en la naturaleza y nos pongan a cantar juntos?

Nosotros, los estadounidenses, atomizados y polarizados, adictos y angustiados, somos un grupo solitario. Hay evidencia abrumadora que indica que, por el bien de nuestra felicidad y nuestro bienestar, nos necesitamos unos a otros.

@NickKristof

 

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