Las columnas que he escrito desde Israel y Cisjordania en las últimas semanas han sido deprimentes, pues reflejan mi miedo de que estamos cayendo en una espiral sangrienta y descendente que va a empeorarlo todo. Así que permítanme compartirles lo que vi como un atisbo de esperanza.
No esperaba encontrar tal cosa. En este viaje, me reuní con organizaciones de la sociedad civil que han trabajado durante años para unir a israelíes y palestinos, pero, francamente, tuve mis sospechas sobre sus esfuerzos.
No lograron mucho, pensé. Todos esos programas optimistas, a menudo financiados por Estados Unidos, para tender puentes… y hoy estamos inmersos en una guerra.
Pero quiero contarles de una mujer israelí que conocí, Meytal Ofer: hace un par de semanas, me senté a conversar con ella en Tel Aviv, a 10 años del mes en que dos terroristas de Hamás asesinaron a su padre con 41 hachazos.
“¿Cómo pudieron hacer eso?”, se preguntó en voz alta frente a mí. “Necesitas tener mucho odio en tu corazón para hacer eso”.
Ofer se preguntaba de dónde venía ese veneno. Tras el asesinato, contempló la demolición de las casas de los asesinos, algo que a veces ocurre en territorios ocupados por Israel. Ella concluyó que eso no ayudaría en nada.
“Solo alimentaría el ciclo de venganza”, señaló. Tras el homicidio de su padre, se unió a El Círculo de Padres-Foro de Familias, una organización conjunta israelí-palestina sin fines de lucro conformada por personas que han perdido a seres queridos en el conflicto. Organizan conversatorios y comparten su dolor con los que están del otro lado y dan charlas juntos con el objetivo de frenar la escalada de violencia.
Expresé mi escepticismo: ¿esto de verdad hace alguna diferencia?
“Creo que no hay otra opción”, respondió Ofer.
“Este es mi hogar. No quiero renunciar a mi hogar”, agregó. “No quiero irme y los palestinos tampoco se irán a ninguna parte”.
Así que persiste. “Tenemos que hacer algo”, continuó Ofer. “La violencia no se puede frenar con violencia. Lo intentamos por 100 años y no está funcionando”.
Escuchar de israelíes y palestinos afligidos que se apoyan en su duelo es “alucinante” para los niños, aseguró, porque muchos de ellos nunca han pensado mucho en las pérdidas que ocurren fuera de su propio grupo. Un indicio de que estas charlas funcionan es que, este año, el gobierno de extrema derecha prohibió el acceso del Círculo de Padres a las escuelas públicas.
El orador palestino en algunas de estas presentaciones del Círculo de Padres es Bassam Aramin. Tras ser encarcelado por Israel a los 17 años por pertenecer a una organización palestina entonces prohibida y poseer un arma, pasó siete años tras las rejas. Luego, en 2007, su hija de 10 años, Abir, fue asesinada afuera de su escuela por un soldado israelí que le disparó una bala de goma.
En lugar de recurrir a las bombas, Aramin optó por la reconciliación. Estudió el Holocausto en un programa de maestría, aprendió hebreo a un nivel excelente y trató de ver la humanidad de los soldados israelíes en los puestos de control de Cisjordania.
Aramin señaló que un proceso de deshumanización mutua ha llevado a cada bando a considerar al otro como moralmente inferior.
Destacó que los israelíes suelen sugerir que el problema es que los palestinos no aman a sus hijos y están dispuestos a sacrificarlos en aras de la lucha, mientras que los palestinos promueven estereotipos similares sobres los israelíes.
“No nos vemos como seres humanos”, comentó, y me contó sobre la madre palestina de un adolescente que fue asesinado por soldados israelíes que asistió a regañadientes a una reunión del Círculo de Padres, aún furiosa con los judíos.
“Ella creía que eran animales”, relató Aramin, y la citó diciendo: “No tienen corazones como nosotros; odian a sus hijos porque los mandan al Ejército”. Pero se reunió con una mamá israelí que le contó sobre cómo perdió a su hijo a manos de un palestino y, al poco rato, ambas terminaron llorando y abrazándose.
A Aramin le indigna lo que él considera el maltrato cotidiano de Israel hacia los palestinos en Cisjordania, incluidas las mujeres, en los puestos de control, pero él ve la humanidad en los soldados de esa región.
“Parecen máquinas de matanza, pero nos tienen miedo”, admitió. Aramin agregó que el día antes de que yo hablara con él, se fue en auto con su esposa para visitar a sus hijos y tuvieron que tomar un camino montañoso para evitar las demoras y la humillación en los puestos de control de Cisjordania. Pero relató que fueron detenidos por cuatro soldados israelíes que les dijeron enojados que se dieran la vuelta y amenazaron con confiscar su auto. Aramin mencionó que habló con calma en hebreo, reconoció el miedo de los soldados y, pronto, logró entablar una conversación con ellos. Al final, los soldados los hicieron dar la vuelta de todas formas, pero se disculparon por ello.
Le señalé a Aramin que, en su mayoría, estas organizaciones que promueven la comprensión mutua datan de los tiempos del proceso de paz en Oslo, cuando se esperaba que dos Estados coexistieran. Ahora, ese proceso está en hibernación, si no es que muerto. Es lindo que el Círculo de Padres organice campamentos para que niños israelíes y palestinos se conozcan, pero ¿cómo contribuye eso a salvar vidas en ambos lados de la frontera de Gaza?
El arco de la historia es largo, me respondió. Alemania alguna vez intentó exterminar a los judíos y ahora intercambia embajadores con Israel. Algún día, Israel y Palestina coexistirán como Estados, afirmó Aramin, la pregunta es solo cuántos cadáveres se acumularán antes de que eso ocurra.
“Debemos compartir esta tierra como un Estado, dos o cinco Estados”, declaró. “De lo contrario, compartiremos esta misma extensión de territorio como el cementerio de nuestros hijos”.
No estoy seguro de estos esfuerzos de comprensión lleguen a lograr algo, y los ataques de Hamás y la guerra en Gaza han agravado los temores y el trauma. Incluso Yuval Rahamim, director israelí del Círculo de Padres, reconoce que el grupo va contra la corriente.
“Cuando entrevisto nuevos empleados, les pregunto: ‘¿Estás listo para sentirte frustrado todos los días?’”, relató. “Porque no vemos éxitos. Pero con el tiempo, las cosas van a cambiar. Porque no hay otra opción”.
Luego de hablar con Rahamim, Ofer, Aramin y otros, me siento agradecido con ellos por brindar un liderazgo moral que tantos presidentes y primeros ministros no tienen. No sé si lograrán abrir una senda hacia la paz, pero necesitamos defensores del matiz y la empatía si queremos tener cualquier esperanza de salir adelante.
Ahora que los estadounidenses nos enfrascamos en batallas tóxicas e intolerantes en nuestro propio territorio, que llevan ecos de las libradas en Medio Oriente, deberíamos aprender no de los pirómanos, sino de estos bomberos que demuestran la capacidad humana para la reconciliación, la sanación y el progreso.
@NickKristof
HLL