AMLO decretó que operen trenes de pasajeros en las vías que están concesionadas a particulares, sin antes considerar si es viable la idea”.

Creemos muy probable que cuando el Emperador Lopezuma era niño, Santa Clos les regaló a él y a sus hermanos un trenecito a escala marca “Lionel”, y con él se divirtieron bastante armando sus vías, enchufando el transformador, colocando puentes, semáforos y señales e instalando sus estaciones.

Sólo así se explica la fascinación con los trenecitos del Señor de Macuspana: ya sabrán ustedes, amables lectores, que por sus órdenes fijó para enero el plazo máximo para que los concesionarios de trenes de carga en México, como Canadian Pacific Kansas City y Ferromex, de Grupo México, le presenten una propuesta “viable” para operar trenes de pasajeros en las vías que tienen concesionadas.

Los trenes, por orden del Tlatoani, deberán ser eléctricos, como su “Lionel”, y las propuestas “viables”, y de no presentarlas les entregará la concesión a la Sedena o a la Secretaría de Marina.

Ello porque todo mundo sabe que para operar trenes nadie mejor que un marino, y para operar buques nadie mejor que un maquinista: esto de acuerdo al manual operativo de la 4T, que según nos han dicho está inspirado en “Alicia en el País de las Maravillas”, de Lewis Carroll, con eso de que todo con ellos es al revés.

Ahora que para que los trenes sean plenamente eléctricos, y no diésel-eléctricos, deberán electrificarse las vías, lo que representa un problema bastante más complejo de lo que se imagina el Tlatoani Componelotodo.

No es como con su “Lionel”: en los trenes de verdad se requiere harta inversión, planeación y adecuaciones a nuestras vías y su entorno sumamente costosas, dependiendo del sistema que se escoja, por ejemplo, alimentación aérea, es decir, por encima del vagón tipo tranvía, o terrestre con una tercera vía energizada.

No obstante la complejidad y el costo de electrificar miles de kilómetros de vías, colocar transformadores, protectores, reguladores de corriente, y el cable con baja pérdida de trasmisión, el Lord Lopezuma ya decretó -sabio como es- que no será ni costoso ni complicado que se cumpla con su voluntad.

Y que ya tocará a su sucesor(a) implementar su decreto, lo cual tardará, ya que expertos señalan que los puros estudios pueden tardar tres o cuatro meses como mínimo.

La orden imperial implica establecer unas SIETE rutas de pasajeros que afirma el docto cacique tabasqueño que serán “económicas” (algo que no se puede afirmar sin saber el costo real), y que las rutas de pasajeros tendrán preferencia sobre las de carga.

Detener trenes con miles de toneladas de materia prima para que pasen un par de vagones de pasajeros vacíos suena como algo que no apoyará nadita a la productividad y competitividad de nuestra de por sí improductiva y escasamente competitiva economía.

Pero así lo decretó el Emperador sin despeinar una sola pluma de su penacho ¡y así tendrá que ser!

CPKC prontito dijo que claro que le dará gusto al Tlatoani y que estirar vagones de pasajeros no les afectará.

Nos parece explicable y lógico que tomen esta actitud los concesionarios: no quieren arriesgar su concesión al cinco para las doce, y le dirán al rey que sí a todo, pateando la lata pa’ delante, y ya les tocará ver qué sigue con el (o la) sucesor(a).

Lo que nos parece mal, en el sentido de insensato y caprichoso, es que el cacique tabasqueño tome la decisión primero, sin consultarla, y pida los estudios después.

Esto resulta completamente alrevesado: el autócrata macuspano debió primero pedir los estudios, para ver si su “ideota” es viable, y sólo si los números demuestran que tal decisión puede ser rentable, entonces pedirles a los concesionarios que lo hagan.

¿Qué sucederá si, por ejemplo, tras hacer la inversión necesaria resulta que un boleto en tren sale más caro que viajar en avión?

Ordenar por sus pistolas, sin saber las consecuencias ni tener datos precisos que los concesionarios privados operen trenes de pasajeros es el epítome del autoritarismo.

Carece el cacique de facultades, a menos de que alguien lo haya coronado mientras nadie veía, como para ordenar a una empresa privada cómo y qué debe operar.

Decisiones como la que tomó el Gran Cacique las ordena el mercado: la oferta y la demanda, nunca un mesías tropical por pura puntada y evocación de la infancia.

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