La resistencia a los antimicrobianos (RAM) es una amenaza real y significativa a la salud global, puesto que pone en entredicho la eficacia de las medidas de prevención y tratamiento relacionadas a infecciones causadas por bacterias, parásitos, virus y hongos. Estos microorganismos tienen la habilidad de cambiar a lo largo del tiempo y son capaces de adaptarse a los desafíos que les representan las terapias que buscan destruirlos logrando “resistir” el embate de los medicamentos, lo que ocasiona dificultad para el tratamiento de infecciones y aumenta el riesgo de propagación de enfermedades, incremento de la gravedad de las mismas y muertes, además de que al volverse ineficaces los medicamentos, las infecciones persisten en el cuerpo, lo que eleva el riesgo de propagación a otras personas.

Con la reducción de la eficacia de los antimicrobianos, las infecciones se vuelven más difíciles de tratar, incrementando las tasas de mortalidad e incluso infecciones comunes se pueden volver amenazas a la vida si las terapias antimicrobianas se vuelven limitadas o inútiles. De la misma manera, las infecciones resistentes requieren regímenes de tratamiento más prolongados y complejos, lo que incrementa los costos en salud, así como las estancias hospitalarias y la necesidad de mayores pruebas diagnósticas, lo que incrementa la presión financiera para los sistemas sanitarios.

Los microbios resistentes se diseminan con mayor facilidad en los contextos de atención a la salud como los hospitales, pero también pueden diseminarse en comunidades enteras e incluso traspasar fronteras. Cuando los tratamientos se vuelven más complicados, el potencial de diseminación de enfermedades infecciosas incrementa, representando una amenaza a la salud de los individuos y las poblaciones.

De la misma manera, procedimientos médicos como cirugías, trasplantes orgánicos o atención a enfermedades crónicas (como el cáncer o diabetes, por ejemplo) que en multitud de ocasiones requieren profilaxis o tratamiento antimicrobiano, se vuelven mucho más riesgosos cuando las infecciones son resistentes a medidas preventivas estándar. El éxito de los procedimientos antes mencionados depende en gran medida de la capacidad de prevenir y tratar infecciones asociadas.

Las poblaciones que suelen ser de riesgo, como los ancianos, niños pequeños o aquellos con un sistema inmune debilitado, se vuelven sujetos de riesgo muy particular, puesto que son más susceptibles a infecciones y pueden experimentar consecuencias más severas cuando se enfrentan a microbios resistentes.

Es notorio que el desarrollo de nuevos antibióticos ha sido más lento y está presente el riesgo de perder los que actualmente tenemos y mientras que el número de opciones disminuye, los que nos dedicamos a la atención de la salud tenemos menos herramientas para combatir infecciones.

No es un tema menor, lector. La gran revolución antibiótica nos permitió reducir de manera drástica el número de muertes relacionadas a enfermedades infecciosas y el perder estas herramientas es realmente preocupante.  Por ello, el atender el problema global de la resistencia a antimicrobianos, requiere un enfoque multifacético, que incluya tanto el uso responsable de estos fármacos en los sistemas de salud, pero también en la agricultura y ganadería, además de incrementar en número y capacidad los centros de vigilancia epidemiológica y laboratorios dedicados a la identificación y estudio de cepas resistentes, invertir en el desarrollo de nuevos antibióticos y de manera fundamental educar a la población médica y a sociedad civil acerca de la importancia de una prescripción sensata y de un apego estricto a los tratamientos.

Es menester decirlo, la amenaza de la resistencia antimicrobiana, representa una limitación para el goce de la salud en nuestra generación y las futuras, por lo que debemos atenderla. Es tiempo.

Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre.

 

RAA

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