Segundo domingo de adviento
“Preparen el camino…”, anunciaba el profeta Isaías siglos antes de la venida del Mesías (Is. 40, 4.5). “Enderecen los senderos”, así hacía sentir su voz el Bautista en el desierto (Mc. 1, 2). Preparar el camino para que las torceduras, los montes y las colinas del corazón, fruto de la soberbia, la ambición, la mediocridad y la falta de amor a nuestras tareas no oscurezcan más el panorama del mundo.
Es provocante la imagen de Juan el Bautista. Aparece en el desierto, usando un vestido de pelo de camello, ceñido con un cinturón de cuero y alimentándose de saltamontes y miel silvestre. Sin duda, es una imagen muy provocadora y difícil de entender para el tiempo actual, donde todo se mide desde la seguridad material y la capacidad de un poder soberano sobre los otros, a los cuales, si es necesario, los podemos hasta descartar. Pero, Juan, así preparó el camino. Su llamado parte del desierto, que implica silencio interior, reflexión. Sin esto, el ser humano queda incapacitado para la humildad que le facilita dejarse ayudar por Dios. Desde el desierto, se valora la grandeza del que camina con nosotros. Algo fundamental: el desierto me permite detenerme con el otro de tú a tú para organizar juntos el camino.
La violencia, la ignorancia, la pobreza extrema, la ineficacia en los servicios de salud, entre otros factores, van robando terreno a grandes escalas en México y, en general, en América Latina. Eso deja en claro que los proyectos sociales, económicos, políticos y religiosos se han visto rebasados. Todo indica que no hemos dado las respuestas a la altura de lo que el ser humano necesita, ni le hemos acompañado a la altura de sus inquietudes.
No sólo nos sacude la violencia por todo México, pues en días pasados nos enteramos, por la prueba de Pisa de la OCDE, sobre la dura crisis de educación que vivimos en México, ante lo cual, en vez se asumir la responsabilidad y buscar caminos adecuados, la respuesta fue justificar y culpar a otros. Por desgracia, esto se convierte en cultura, no sólo en las instituciones, sino, muchas veces en el común de las personas. Esto, es una manera mediocre de no darnos la oportunidad para crecer.
Las causas de que esto no camine bien pueden ser muchas, pero una muy especial es la falta de humildad. Por eso, se vuelve válido y vigente el grito de Juan el Bautista: urge enderezar el camino. La soberbia y el ansia de reafirmación de sí mismo, por encima de los demás, es algo que nos sigue matando. La tentación de juzgar todo desde mi pequeño mundo, me impide ver con objetividad. Pero, todo tendría un cauce diferente si hiciéramos nuestra la pedagogía del Bautista: partir del desierto, desde el silencio, la reflexión, haciendo un alto en la dinámica absorbente del mundo… dar paso a la humildad, lo cual me permite detenerme y escuchar al otro. Por eso, el desierto me permite detenerme con el otro para organizar juntos el camino.
Juan aparece en el desierto “vistiendo una piel de camello, ceñido con un cinturón de cuero y comiendo saltamontes y miel silvestre” (Mc. 1, 6-7). Así nos recuerda que la vida no es sólo comer, vestir y tener. De hecho, ahí radica parte del gran cáncer que ha venido matando a la humanidad: el cáncer de la ambición del tener y pasarla bien, como única norma de vida.
Las estructuras culturales, sociales, económicas, políticas y religiosas tienen un sentido muy importante, en cuanto que su vocación es proteger, promover, edificar y dar vida. Pero, éstas tendrán dificultad para responder a esos fines si los que participamos en ellas no ponemos alto a la cultura del descarte, de la indiferencia, de la apariencia y todo lo que fragmenta. Esta cultura está robando terreno a grandes escalas, lo que indica que nuestras estructuras están caducando. De ahí, el llamado del Señor: “enderecen el camino”. Que se renueven los corazones, que se renueven las familias, que se renueven las parroquias, que se reenfoque la educación y las estructuras económicas y políticas. Que la vida se gestione con visiones que sí sean humanas.
Dios quiere actuar, no le pongamos obstáculos nosotros mismos. Dice el Bautista: “Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias” (Mc. 1, 8). Dejemos que Él actúe, porque entonces sí será Navidad. Él quiere nacer y quiere renovarnos.