En el 2006 la campaña “AMLO es un peligro para México” resonó en medios de comunicación. Muchos pensaron que solo era un eslogan con punch, no una advertencia sobre los riesgos que conllevaría que López Obrador fuera presidente de México. Pasaron 12 años, y aquella ciudadanía cansada, decepcionada y desesperanzada se llenó de ira y frustración. 

El panorama estaba ideal para que las ideas que AMLO propagaba encajaran a la perfección. Las promesas sonaban convincentes y miles de personas consideradas intelectuales sucumbieron ante el mundo maravilloso que con astucia el candidato de la coalición “Juntos Haremos Historia” les presentaba. Frases como “Primero los pobres”, “El pueblo manda”, llegaron a millones de personas que habían permanecido en el olvido y la indiferencia. Llegaba alguien a ver por ellas, a hacer justicia, a tomarlas en cuenta. ¡No la vieron venir! Posteriormente, las frases sonaban cada vez más huecas, sin contenido, sin acciones efectivas que respaldaran los dichos. Poco a poco las vendas de los ojos fueron cayendo.

El viejo y ya experimentado pejelagarto sabía su cuento y pisaba firme. Como dicen en México: “Voy derecho y no me quito, si me pegan me desquito”. Una vez en el poder se puso manos a la obra, eliminaba a quien estaba en su camino y no aceptaba sus órdenes. Con amenazas e intimidaciones se fue deshaciendo de los “obstáculos”. Luego aceleró el paso y ahora, con gran velocidad actúa con mayor cinismo y descaro.

La finalidad es la destrucción de todo lo que con mucho trabajo se fue construyendo para que tuviéramos más ciudadanía y defensa contra las arbitrariedades y abusos del gobierno. Teníamos que seguir trabajando en ello y ser más exigentes con los resultados y la transparencia. Ahora estamos siendo nulificados y vamos en franco retroceso. Cuando López Obrador asumió el poder y expuse en este espacio mi temor a su mandato dada sus características de gobernanza y su proyecto de nación, hubo quienes me dijeron que había que darle la oportunidad de ejercer su gobierno. Respondí que mi miedo no era lo que construyera sino lo que destruiría. ¡Así ha sido! Sus megaproyectos han sido un fracaso. Sin planeación, sin estudios de viabilidad, sin proyección de autosustentabilidad. Al tener que ser subsidiados con nuestros impuestos para su sobrevivencia se convierten en un pozo sin fondo donde se tira el dinero que bien podría servir para medicinas y hospitales que para nada operan como Dinamarca.

Triste panorama el de México liderado por un hombre enfermo de poder y de venganza. Obstinado en hacer de nuestro país un remedo de Cuba o Venezuela, países que admira. Quienes siguen aplaudiendo esta destrucción de instituciones que apunta a la concentración de poder en sus manos, bien podrían ir a vivir a Cuba y empezar a sentir lo que es la austeridad en la ciudadanía que para nada aplica a la cúpula del poder. Vivir sin libertad para emprender un negocio, sin libertad de expresión. Sufrir represión, vigilancia atemorizante y amenazas constantes. Evitemos este porvenir actuando con determinación en el poco tiempo que nos queda.

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