Por Alma Delia Murillo
Supongo que no sabemos cuando estamos frente a un punto de inflexión hasta que lo hemos pasado, pero es difícil ignorar la intuición de la catástrofe que sentimos al contemplar imágenes que están revelando algo grande, algo gordo: dos candidatas a la Presidencia de México visitan al papa Francisco en el Vaticano mientras que en el estado de Guerrero cuatro obispos intentan mediar entre cárteles enemigos para evitar más asesinatos entre su gente y los habitantes de la comunidad.
¿Qué significa eso? ¿Qué estamos presenciando?
Nunca he tenido fe en Dios ni he sido partidaria de lo que se comete en el nombre de Dios, ahí está la historia para respaldar mi pesimismo.
Dios, al menos el Dios al que representan el papa y los obispos, es uno que ha pactado con la guerra, el delirio de violencia patriarcal que tiene al mundo como lo tiene se ilustra perfectamente en la Biblia: en el libro de Éxodo se narran con precisión las plagas con las que Jehová ataca al pueblo de Egipto para que liberen al pueblo de Israel y reconozcan que Jehová es el único Dios verdadero. Los egipcios reciben toda clase de castigos devastadores que culminan con la muerte de los primogénitos, es decir que Dios todopoderoso mata niños y jóvenes inocentes para convencer al Faraón de que libere a Israel: “Y se levantó aquella noche el Faraón, él y todos sus siervos y todos los egipcios; y había un gran clamor en Egipto, porque no había casa donde no hubiese un muerto. Éxodo 12:30”.
Sí, ese es el relato sobre el que sigue fundado el mundo: la guerra es divina, ese monstruo amorfo que no repara en el valor de la vida de cada individuo es más grande como propósito divino y justifica genocidios en los que cada ser humano vale menos que el mandato celestial. Las plagas anteriores que van desde langostas hasta aguas ensangrentadas y días en la oscuridad que Moisés provoca con solo levantar su vara porque tiene el poder de Jehová revelan una contradicción interesante entre la motivación y el mecanismo: ¿no podía Jehová pedirle a Moisés que levantara la vara y con ese mismo poder divino elevar por los cielos a todo su pueblo de Israel y sacarlos de Egipto volando sin consentimiento del Faraón y así evitar la matanza?
Hay una identidad angular entre lo divino y la guerra, y eso, por más que nos jactemos de haber separado a la Iglesia del Estado, permea el engranaje económico y político; desde luego que en un país cuyos habitantes son mayoritariamente católicos, es importante sumar al marketing electoral la bendición papal… escribo esto y me viene una imagen de Carlomagno ungido por el papa León III y apenas concibo que estamos en 2024. En el mundo se siguen besando las mismas manos.
Desde luego respeto a estos obispos mexicanos –hay que tener tamaños– tratando de mediar una tregua entre cárteles sanguinarios. Es inevitable constatar lo que hace rato sabemos en este país: no hay Estado, ha fracasado y no de manera pasiva o indefensa, sino sumándose activamente a una economía de guerra, de narco-guerra.
Es que la serpiente se mordió la cola y se fagocitará a sí misma incansablemente mientras el mundo no transicione a una economía de cuidados y ponga en el centro el valor de cada vida, de cada persona. (Eso, entre otras cosas, queremos las horripilantes feministas).
Estos días estoy leyendo los diarios de Leonard Woolf –el marido de Virginia– que vivió la Primera y la Segunda Guerra Mundial; elabora con una agudeza sobre la compulsión a la destrucción, y recupera un fragmento de un artículo que escribió luego del fin de la Primera Guerra: “Es casi seguro que la economía, una guerra o ambas cosas acabarán destruyendo a los dictadores fascistas y sus regímenes. Pero eso no significa que la civilización vaya a triunfar automáticamente sobre la barbarie”.
Y Leonard lamenta, treinta años después, su triste y acertada profecía. Será la guerra o la economía la que detenga a los genocidas pero eso no garantizará que vivamos civilizadamente.
Me pregunto qué detendrá este avasallamiento del narco sobre nuestro país, qué pasará en el próximo sexenio, supongo que la pesadilla irá a peor.
Que ni Dios ni el Estado evitarán la masacre.
Invocando a Nietzsche, Dios ha muerto, el Estado también, por lo menos en México. Hoy no sé cómo tener esperanza.