Es evidente e innegable: la medicina privada tiene un impacto significativo en el sistema de salud mexicano. Los proveedores de salud privados, que incluyen hospitales, clínicas y profesionales de la salud, expanden las capacidades del sistema de nuestro país, mejorando el acceso a los servicios médicos, particularmente en aquellas regiones donde la infraestructura y los recursos públicos son limitados o están sobrecargados.
En efecto, para acceder a un servicio privado se debe tener la capacidad económica; sin embargo, es cada vez más notorio que debido a la competencia y la ampliación del mercado, los servicios de la medicina particular se han vuelto más asequibles. De la misma manera se han ampliado las opciones para buscar servicios de atención a la salud privados, basados en el costo, la calidad y la conveniencia.
Los sistemas privados suelen apostar sus recursos para tener la tecnología, el equipamiento y los insumos de última línea, lo que se traduce en opciones de diagnóstico y tratamiento más amplias y eficientes. También es evidente que son una válvula de liberación de presión para los sistemas de salud públicos, los cuales pueden permitirse atender otras iniciativas de salud pública como campañas de vacunación, programas preventivos y salud comunitaria. La medicina privada colabora además con la creación de empleos y el crecimiento económico al generar oportunidades para profesionales sanitarios, personal de apoyo y administradores, no solo beneficiando a estos individuos empleados en el sector, sino también a industrias relacionadas como la farmacéutica y la de manufactura de equipo y tecnología médica.
Los privados son también flexibles para colaborar con agencias gubernamentales, en especial bajo el concepto de “subrogación”, que permite atender necesidades de alta complejidad de las instituciones públicas, sin que éstas requieran de inversión sustantiva en tecnología o recursos que son de constante renovación.
En efecto, los servicios privados no son perfectos y queda camino por recorrer para hacerlos equitativos, más accesibles y apegados a regulaciones que aseguren la calidad en la atención para las poblaciones que atienden, aunque en la balanza, las ventajas superan con creces a los inconvenientes.
Por ello, preocupa que en últimas fechas haya amenazas sustantivas para la operación y viabilidad de los proveedores de salud privados. Es palpable una avanzada antagónica a fortalecer estos entes, al contrario se busca debilitarlos o cooptarlos a través de regulaciones y políticas relacionadas con el control de precios y requisitos para licenciamientos u operación. Estos mecanismos “regulatorios” dejan de ser un mecanismo de aseguramiento de apego a buenas prácticas y se vuelven verdaderamente requisitos imposibles de cumplimiento. También, se busca modificar la percepción del sector privado otorgándole una connotación negativa para la opinión pública, lo que afecta la reputación y por ende la viabilidad.
No es un tema menor, puesto que la medicina privada atiende a una cantidad sustantiva de usuarios. Es imperativo mantenerla viable y deberán explorarse varias alternativas. Lo primero es mejorar la colaboración entre los servicios estatales públicos y privados, con objetivos de atención compartidos. De igual manera, bajo una regulación sensata, promover mecanismos para mejorar la accesibilidad a los servicios de salud privados con costos rentables pero también justos y que sean garantes de seguridad, calidad y transparencia para los usuarios.
No se debe tener miedo, siempre y cuando se tengan políticas y objetivos claros. La medicina privada es un baluarte de atención a las poblaciones y debe ser apuntalada, en afán de tener más opciones de proporcionar ese “estado de bienestar físico, mental y social” que representa la salud. Es tiempo.
(Médico Especialista en Patología Clínica, Profesor Universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre).