Estamos ante una batalla democrática decisiva. Algo podríamos aprender del box. Quien se pone los guantes necesita estudiar a fondo las fortalezas del que tiene en frente. El boxeador podrá fanfarronear ante las cámaras, pero solo será capaz de dar la pelea si se percata de la fuerza y de la agilidad del contrincante. Un buen pugilista estudia con atención al contrario y advierte sus méritos. Sabe cuál es su gancho más poderoso y su reflejo más ágil. Solo así podrá enfrentarlo. No se prepara para la pelea quien se convence de que su contrincante no tiene fuerza alguna.

Pienso que ese es el caso del debate político de hoy. Se sostiene que el ninguneo es el diagnóstico sensato. Y así se repite que la candidata del oficialismo es nada. Porque estoy convencido de que la elección de Sheinbaum es una amenaza gravísima para la democracia, creo que hay que esforzarse por entender cuál es su fibra. Sheinbaum podría heredar un régimen a punto de consolidación autoritaria y respalda abiertamente la demolición definitiva de los contrapesos democráticos. Por eso vale tratar de entender las señales de su trayectoria y arriesgar una previsión de lo que podría ser su gobierno.

No veo en ella ninguna señal de moderación. No encuentro apuesta de modernidad ni la menor intención rectificadora. Si acaso, puede verse una posición más herméticamente ideológica que la del presidente. Pero veo en ella una manera distinta de decidir. Me parece un asunto relevante. Encuentro en su política método y reflexión que contrastan con el caótico gobierno de impulsos que ha caracterizado la política de López Obrador. Esto no es una celebración, sino el intento de darle foco a la alarma. La disciplina de Sheinbaum no tranquiliza; por el contrario, realza una preocupación. Un régimen autoritario como el que ya está prácticamente instalado en México, puede volverse más sólido si a la presidencia sin límites se le agrega arrogancia técnica. Ese es el perfil de la amenaza que representaría un gobierno de Claudia Sheinbaum. 

Son las habilidades que advierto en ella, no sus defectos, lo que la hacen una amenaza más profunda para la vida democrática del país. Si el ánimo autoritario de López Obrador no logró todos sus objetivos, si aún quedan en pie, aunque maltrechas, algunas instituciones es porque el presidente no tuvo claridad estratégica ni siguió método alguno en su empeño de demoler los contrapesos. El capricho no levanta la mirada, no hace cálculos, no sigue un plan. Si en diciembre de 2018 hubiera trazado la ruta que sigue hoy, apresuradamente, al final de su gobierno, no habría rastro de autonomía judicial ni de arbitraje electoral. Si hace unos meses, su mayoría hubiera tenido el cuidado de seguir el proceso legislativo, habría reventado las elecciones con lo que conocimos como “Plan B”. No imagino esos descuidos en el gobierno, si Sheinbaum gana la elección. 

¿Puede haber un autoritarismo competente? Por supuesto. Sobran ejemplos en el mundo. Casi resulta innecesario decir que la eficacia que un gobierno autoritario pudiera alcanzar, no lo redime. Hablar de la competencia de Sheinbaum no es imaginarla como la productora de resultados impecables. Sheinbaum es cómplice de la política criminal de López Obrador en materia de salud y carga responsabilidad en la caída de la línea 12. Pero creo que la falla esencial de su política no ha sido técnica, sino ética. Nunca levantó la voz para cuidar la salud de los capitalinos; no tuvo el carácter para encarar a su promotor cuando había que salvar vidas. Entre la vida de miles y su ambición, Claudia Sheinbaum eligió su ambición. Su respuesta a quienes documentaron su responsabilidad en la muerte de los usuarios del metro fue la intimidación. La gobernante que hizo experimentos con la gente no tiene cuerda ética. Ha estado dispuesta a todo para ser candidata y para alcanzar la presidencia. Con estos elementos podría irse trazando un perfil de su política: intransigencia ideológica y soberbia técnica, desprecio por la ley y la verdad; orden, disciplina y desvergüenza. 

Insisto en que la crítica no es lujo de los tiempos apacibles. Lo que tenemos frente a nosotros es muy peligroso. Lo peor que podríamos hacer es desestimar la naturaleza de la amenaza repitiendo las cómodas fórmulas del ninguneo.

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