Quizás pocos recuerdan al físico Richard Feynman, Premio Nóbel de Física en 1965, junto a Shin-Ichio Tomonaga y Julian Schwinger, por sus aportes a la teoría electrodinámica cuántica. A pesar de haber fallecido hace más de tres décadas, me he topado con numerosas alusiones a este libro que recoge parte de sus memorias. Feynman se presenta como un personaje fascinante de tintes renacentistas, “un genio capaz de ver la simplicidad de las cosas aparentemente complicadas. Poseía una capacidad fuera de lo normal para apreciar lo evidente. Era incapaz de resolver nada mientras no lo entendiera hasta sus más mínimos detalles, y sobre todo era incapaz de quedarse quieto si descubría que no entendía algo.” Escribe Ralph Leighton, quien transcribió sus aventuras “tal como le fueron referidas”.
Podríamos llamarla biografía, pero creo que responde más a una colección de anécdotas fascinantes narradas en primera persona con un desparpajo encantador, que lo lleva a la caza de jovencitas en los bajos fondos de Las Vegas o a formar parte de una escuela de samba en Río de Janeiro tocando la frigideira (sartén musical). Desde su infancia, pasando por la temporada en que habita el complejo militar de Los Álamos, donde colaboró en el desarrollo de la bomba atómica, además de abrir subrepticiamente cajas fuertes cuando tuvo oportunidad. O sus décadas como investigador y profesor universitario, cuando tocaba el tambor o pintaba por encargo una mujer torera desnuda.
Nada de esto ponía en tela juicio su honestidad y rigor científico, como atestiguan las generaciones que lo tuvieron como profesor en CalTech y Cornell. Su afán de entender incluso los fenómenos paranormales lo ayudó a desenmascarar al mentalista Uri Geller. Su fe en la educación lo puso en comisiones para el desarrollo libros de texto que lo convirtieron en un crítico incómodo para los sistemas de enseñanza y la ciencia aplicada sin rigor que busca favorecer mezquinos intereses académicos o comerciales.
Nunca he tenido conciencia de con quien estaba hablando. Siempre he estado preocupado por la física. Si la idea me parecía una porquería, pues sin el menor tacto decía que era una porquería. Y si parecía buena, decía que era buena. Sencillo. Siempre he vivido de ese modo. Es bonito, es agradable, si se puede hacer. He tenido en mi vida la suerte de poder hacerlo.”
Quizás no muchos tengan la suerte que menciona el genio que se codeaba con Oppenheimer, Einstein o Bohr, pero su libro es una fuente de inspiración para quienes desean pensar fuera de la caja o conocer las posibilidades de una vida más allá de los laboratorios o la ciencia teórica sin menoscabo del amor por el conocimiento o la integridad personal.
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