Por Fernanda Ontiveros

Era la tercera vez que sonaba mi celular, la coordinadora del concierto en Irapuato estaba tan desesperada como yo, pero no tenía ninguna excusa para justificar nuestra demora y yo ya no sabía qué más hacer para sacar al príncipe de la canción del Costco.

—Don José, en verdad tenemos que irnos.

—Pérate, déjame nomás buscar unos calcetines.

—¿No cree que ya lleva suficientes cosas?

—Ah y no hay que olvidar un pastel imposible, el del Costco siempre es garantía, ¿no se te antoja una rebanadita después del concierto?

—Don José usted no debería comer eso, acuérdese de su diabetes.

—Mira estos pants, ¿no te gustan?, pruébatelos.

—Señor, ya van tres veces que me llaman de Irapuato y si lo reconocen aquí ya valió.

El destino de las estrellas en decadencia suele ser deprimente, pero don José ya estaba en la cima de nuevo, no de la fama, sino de la vida real y cotidiana que poco disfrutó durante su carrera. Luego de superar el alcohol, las drogas y otras adicciones, don José descubrió sus verdaderos pasatiempos como las carreras de avestruces, el ping pong y el Grand Theft Auto, sí, José José era un gamer y uno bueno. Ahora tenía tiempo para viajar, ver Game of Thrones o hasta cocinar, cualquiera que hubiera probado su cochinita pibil diría que tenía un don. Sin embargo, su pasatiempo más exasperante era visitar tiendas como Costco, sin importar lo que uno hiciera, él no salía hasta que no hubiera recorrido cada pasillo.

Recuerdo la vez que me invitó a Egipto y la primera cosa que quiso que visitáramos no fueron las pirámides, sino el Ikea en El Cairo.

—No nos conviene quedar mal con el club de fans de Irapuato, mire que se agotaron los boletos el mismo día.

—Es porque no han escuchado mi voz en veinte años.

Tenía el paquete de tres calcetines en las manos, pero lo que miraba era el suelo, con la cabeza gacha.

—No diga eso, les va a encantar ver a su ídolo —le respondí y coloqué mi mano en su hombro—. Ándele tráigase sus calcetines y ya vámonos.

—¿No te quieres probar los pants?

—No, ya tengo muchos pants y calzones y de todo, don José acabamos de ir hace un mes a McAllen, ¿no cree que ya está más que surtido?

—Le voy a llevar esta chamarra a Kikis, a ella le gusta mucho el verde.

—Señor, por favor ya vámonos.

En eso, como si hubiéramos sonado un silbato, el sólo pronunciar “Kikis” con aquella voz fue suficiente para que las personas murmuraran y se agruparan, cerrándonos el paso.

—¡Sí es José José!

—¡José José! 

—Una selfie, una selfie.

Maldita sea, la prensa llegaría en menos de diez minutos. Mi celular sonó una vez más. Él se dio cuenta de que yo estaba a punto de perder los estribos cuando vi formarse la fila de gente que quería tomarse una foto con él. Se me acercó y me puso una mano en el hombro.

—Julito, ya te he dicho que en vez de conciertos “del recuerdo” mejor me promociones como guía de compras, ve, van a venir los mismos fans sin que yo tenga que hacer el ridículo.

Una señora eufórica me pidió que la retratara con don José, las manos le temblaban cuando me entregó su celular. Mientras él la abrazaba, añadió:

—Pero no me quieres hacer caso. 

FIN

Fernanda Ontiveros, (Irapuato, 1991) egresada del programa de Letras Españolas de la Universidad de Guanajuato, instructora y traductora de alemán. Ha sido narradora oral y forma parte de la segunda generación del Fondo para las Letras Guanajuatenses. Radica actualmente en Gotinga, Alemania. Este relato hace parte su ópera prima Un marco para Gauguin de reciente publicación por Ediciones La Rana. 

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