Una de las invitadas a una reunión, a donde habían asistido más de cien mujeres, me contó que uno de sus hijos le suplicaba que ya no hablara de los resultados de las elecciones. “Mamá, ya cambia de tema”, le decía harto de retomar el mismo rollo constantemente.

Evidentemente ella no era la única que hablaba de cómo se encontraba anímicamente hablando sobre lo mismo. En la mesa donde me encontraba no se hablaba de otra cosa:

“Fue una elección de Estado”. “Hubo fraude”. “La compra de votos era evidente”. “La intromisión de López Obrador fue sistemática”. “La Sheinbaum ha estado en campaña desde hace tres años”, etcétera, etcétera. Se escuchaban muy enojadas, furiosas, indignadas. Una de ellas tomó la palabra en un tono muy contundente: “No nos podemos quedar con los brazos cruzados. Tenemos que protestar. Tenemos que organizarnos. Salir a las calles, como lo hicimos con la marcha de la Marea Rosa. Si no hacemos nada, nada va a cambiar. No porque somos de la clase media dejamos de ser mexicanas. Todas las que estamos aquí, sin excepción, no creemos en los resultados. No son ciertos, por eso muchos candidatos ya están impugnando. Se han encontrado centenas de urnas repletas con boletas nada más para Morena, como si hubieran sido marcadas anteriormente. Yo fui jefa de casilla y al final del día conté más de 860 votos para Xóchitl y muy pocos para Morena”. (Aunque en estas elecciones el 49% de la clase media alta votó por Claudia y la clase media 59%) Ese era el verdadero voto oculto.

Yo coincidía con todas. Y les dije que también yo estaba muy encabronada. Qué claro que teníamos que hacer algo y que debíamos organizarnos. Pero, ¿a quién recurrir para apoyarnos de una forma ciudadana? He allí el problema: “¿Por qué no salimos a protestar al otro día que conocimos los resultados de las elecciones? ¿Por qué nos quedamos en nuestras casas si nos sentíamos tan incrédulas e indignadas? La verdad es que somos una oposición muy acomodaticia, estamos demasiado instaladas en nuestro confort. Como nosotras, que nos decimos tan decepcionadas con los resultados, también son los empresarios, igual de tibios, igual de blandengues y temerosos de enfrentarse a la 4T…”, decía una señora visiblemente enojada. Su hija, que se encontraba a su lado, le suplicaba que no se exaltara tanto, que se calmara. “Ay, mamá, ya no hay nada que hacer. Ni modo que impugnen todo el proceso de las elecciones como está pidiendo el presidente del PAN. Ya hasta Putin felicitó a Claudia, todo mundo la felicitó. Mejor piensen que todas deberían de estar muy contentas al tener por primera vez a una mujer como Presidenta. Quien por cierto me parece muy preparada y segura de sí misma, yo voté por ella”. No acababa la joven de exponer su punto de vista, cuando su mamá le pidió que fuera a buscarle un jugo de naranja.

No me quise quedar callada y comencé a compartirles mis dudas y miedos. Les comenté cuán frustrada me sentía, como ellas, con los resultados de las elecciones: “La verdad es que sí tenemos que protestar. Es nuestro derecho como ciudadanas. Para colmo de males, las 20 reformas de López Obrador pasarán sin problema antes de que se vaya. Además de la del amparo, la de prisión preventiva y la más importante de todas, para mí, es decidir la elección de los jueces y ministros de la Corte por voto popular. Él no se quiere ir sin dejar todo amarrado a su favor y al de su partido. ‘Serán electos de manera directa por el pueblo’, dice López Obrador, seguro de que la ley pasará. Lo más triste de estas imposiciones, es la actitud de sumisión y obediencia de la virtual próxima presidenta de México, Claudia Sheinbaum. Se diría que acepta todo lo que le propone AMLO. Si realmente quiere que creamos en ella, se tiene que deslindar completamente del Presidente. Muchos analistas opinan que lo hará paulatinamente”, les decía intentando recurrir a los mejores argumentos posibles. Como ciudadanas las sentía tan solas y confundidas que hasta me entró culpa, porque yo muchas veces escribí muy esperanzada en que cambiaríamos de gobierno. Sabía que eran mis lectoras y que semana a semana, tal vez, les creé falsas expectativas. Por eso me sentía culpable al grado de querer ofrecerles disculpas. No se los dije, sin embargo acordamos que nos volveríamos a ver pronto con alguno de los organizadores de la marcha de la Marea Rosa.

Me despedí de ellas, con un nudo en la garganta, y les supliqué que no cambiáramos de tema, aunque hartemos con él a nuestros hijos.

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