Un lema recorrió la lluviosa tierra mexicana: “Alito se quiere reelegir”. La frase era tan cautivadora que debía cantarse al ritmo de “María Cristina me quiere gobernar”.

El pasado domingo, el gran derrotado de la política nacional, que apenas arañó el 11 % de la votación en los comicios de 2024, logró cambiar los estatutos de su partido para despachar hasta 2032.

Bajo el mando de Alejandro Moreno, cuya originalidad consiste en no ser Alex sino Alito, el tricolor ha perdido 11 gubernaturas. Pero el descalabro no mina los ánimos del líder. Además, lo que no encuentra en las urnas lo encuentra abajo de su cintura: durante la campaña, ofreció prestarle huevos a la oposición. ¡Fracasa a lo macho!

Alito ha conquistado un cargo tan inmodificable como su vestimenta roja. Llama la atención, por principio de cuentas, que un político use uniforme, como si perteneciera al cuerpo de bomberos o al ejército de salvación. Más extraño resulta que el partido que decidió que los oficios de gobierno concluyeran con la sentencia “Sufragio efectivo. No reelección” eternice a un jerarca en el poder.

¿Cómo explicar el triunfo del derrotado? Hagamos un poco de historia. Surgido en las oficinas posrevolucionarias, cuando los balazos eran sustituidos por los trámites, el PRI se apropió de los colores de la bandera y tuvo distintos nombres hasta alcanzar uno irreal.

¿Hay otro país donde la revolución sea institucional? Durante 71 años, el partido tricolor convirtió la esperanza en burocracia y logró que la economía se asociara al tráfico de influencias. La burguesía nacional surgió al amparo de sus vínculos con el gobierno. Más que un partido, el PRI fue una inmensa bolsa de trabajo. Cuando se ungía a un nuevo candidato a la Presidencia, la gente preguntaba: “¿Cómo te fue de destape?”. Conocer al primo del hermano del compadre de un miembro de gabinete ofrecía magníficas oportunidades. Crear patentes industriales era menos rentable que ser proveedor de matracas para los mítines del Partido Oficial. Una lonchería era buen negocio si el queso de puerco venía de un fideicomiso.

México se salvó de una dictadura al elevado precio de no tener una democracia auténtica. El PRI perfeccionó los trucos electorales que lo convirtieron en Partido Único, de la “operación tamal” al “embarazo de urnas”, pasando por el fraude descarado. Sus consignas fueron rotativas y contradictorias; según convino, se apoyó al nacionalismo o al libre mercado. Cuando no quedó de otra, Salinas inventó una sincronizada ideológica: el “liberalismo social”.

El saqueo del presupuesto fue tan constante como las represiones; sin embargo, como se trataba del único partido capaz de desarrollar políticas públicas, por la administración pasaron admirables funcionarios, dispuestos a promover instituciones de educación, salud y cultura y una política exterior progresista (“Farol de la calle, oscuridad de su casa”, dice el dicho). Estos empeños dieron respiración artificial a un régimen que no vaciló en cometer crímenes de Estado.

Durante casi un siglo, el PRI se desempeñó al modo de una hidra de dos cabezas, un monstruo ambivalente, que dominaba y hacía favores. De manera indeleble, Octavio Paz lo bautizó como el “ogro filantrópico”.

Ahora, esa fuerza todopoderosa se dispone a rentabilizar la derrota. La fuerza de Alito es fácil de definir: tiene un poder más vertical que cualquiera de sus predecesores porque domina en forma vertical una corporación pequeña y porque el PRI dejó de ser una compleja asamblea de intereses corporativos.

A diferencia de la María Cristina de la canción, el hombre de rojo no quiere gobernar sino lucrar, y cuenta con suficientes incondicionales para conducir un partido exitosamente perdedor. Obtendrá prebendas por apoyar alianzas y recibirá los beneficios que la ley electoral otorga. Inspirado en la selección nacional, entregará malos resultados sin perder patrocinadores.

Personas inteligentes que aún militan en el tricolor, como Beatriz Paredes o Aurelio Nuño, llamaron a no modificar el artículo 178 que impedía la reelección del dirigente, pero su voz cayó en el vacío. De acuerdo con Nuño, la antigua aplanadora electoral se ha convertido en “un pequeño partido de pequeños caciques” (Reforma, 7 de julio de 2024).

En el último acto de su vida, el PRI es una funeraria que cobra por maquillar cadáveres y hacer entierros políticos.

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