En este recorrer de décadas formando a jóvenes de todos los niveles sociales, es que me nutro con sus dilemas y procesos. Quizá lo que más enriquece a los educadores, son las lecciones de vida que aprendemos de las historias que tenemos junto a nosotros.
Las generaciones de millennials y de centennials, estuvieron más expuestas que las nuestras a los embates de los medios de comunicación, de la tecnología digital y de las drogas sintéticas. Sus efectos en millones de espíritus jóvenes se vieron en adicciones y en pérdida del sentido de la vida poniendo en riesgo a miles que pierden la vida o que son reclutados a redes criminales. Apenas hoy conocemos lo que provocaron los video juegos, la marginación social y el rompimiento de los núcleos familiares.
A algunos educadores nos llevó la vida a la convivencia con los jóvenes por casualidad y a otros por convicción; pero allí con ellos, es donde se encuentra con nitidez la ruta para construir una vida saludable. No hay nada nuevo bajo el sol.
Son diferentes factores los que pueden aumentar el riesgo de un joven de consumir drogas: experiencias estresantes de la vida temprana, como maltrato infantil, abuso sexual infantil y otras formas de trauma; la genética; la exposición prenatal al alcohol u otras drogas, la pobreza, la falta de oportunidades, la falta de sentido a la vida, y por eso conocemos bien el perfil de quien se acerca y cae en las drogas.
Hace unos días, en reunión con personal del IMJU (Instituto de las Juventudes) León, explicábamos qué es el sistema preventivo de Don Bosco y cómo por siglos en todo el mundo, ha servido para salvar a millones de jóvenes de las adicciones y hoy lo sigue haciendo en todos los centros juveniles que tienen los salesianos; se trata de una metodología compatible con la que utilizan muchos centros de rehabilitación en América Latina y en esta misma red salesiana se comparten las mejores prácticas utilizadas en sus colegios, oratorios, parroquias y centros de prevención de adicciones.
En Guanajuato, el Gobierno estatal apostó a comprar e invertir mucho en un modelo extranjero: el Planet Youth islandés. Sin duda los países nórdicos tienen prácticas líderes en sus sistemas de seguridad social y sobre todo educativos; allí se puede aprender cómo desde el siglo pasado, pudieron construir sociedades democráticas plurales en donde los estándares de vida son los más altos de la humanidad.
Se combina el trabajo con la vida, sistema que se fue construyendo culturalmente desde hace siglos. Pero a veces, como dice el dicho “para quien no conoce a dios, a cualquier santo se le hinca” y así, fue tomada la decisión de poner enormes recursos financieros para este proyecto que tendrá con el paso de los años la posibilidad de mostrar si sirvió.
Lo que pasa es que, en México, hay cantidad de experiencias líderes hechas con metodologías probadas que han incidido en la prevención y atención de los jóvenes con adicciones, pues no siempre la importación de modelos logra los resultados deseados. Tres de cada cuatro jóvenes en este mundo macabro de las adicciones tuvo en su entorno marginación social y exclusión de oportunidades de desarrollo.
Por eso, hay modelos preventivos extranjeros que sirven como marketing para crear conciencia en la medida que atienden en escuelas a los menores que pueden ser presas de redes de consumo y distribución.
La batalla la libramos en las trincheras en el corto plazo en los centros de atención en adicciones y en abrir los que atiendan las enfermedades mentales. Considero que los recursos públicos y privados, deben estar aquí y fortalecer a los existentes con prácticas innovadoras, basados en una red de mentores locales que han probado su eficacia en la prevención y corrección.
La pobreza que sufren las mayorías jóvenes en México, requiere soluciones diseñadas desde abajo, con el pueblo y su dinámica. Realizar congresos con expertos internacionales, tiene cuestiones valiosas, pero la inversión efectiva, está en apoyar las redes y experiencias exitosas desde lo local.
La Estrategia Nacional para la Prevención de Adicciones va en ese sentido precisamente: propone una convocatoria social que se apoya en la participación de los miembros de la comunidad, y que busca fomentar la aprobación sociocultural del concepto “factores protectores”; se trata de incorporar la prevención del consumo de drogas al interior de las organizaciones sociales y productivas como una política de calidad de vida.