En plena guerra de intervención norteamericana en aquel lejano 1847, para ser exactos en la batalla que se libró en Chapultepec en la que varios cadetes del colegio militar participaron, se llevó a cabo la siguiente conversación por medio de mensajes entre Nicolás Bravo y Antonio López de Santa Anna.

Interesante la postura de ambos generales en plena intervención extranjera:

N. Bravo: Desde las cinco de la mañana, el enemigo no ha cesado de bombardear nuestra posición (en el Castillo de Chapultepec) con las baterías que tiene situadas en Tacubaya y en la hacienda de la Condesa… las piezas del mirador se han convertido en un depósito de cadáveres. Y aunque los jóvenes cadetes del Colegio Militar han luchado con valor, algunos soldados de línea empiezan a desertar… necesito con urgencia más baterías y dos batallones para defender las faldas del cerro…

Santa Anna: …lo noto un poco asustado. Recuerde que la primera obligación de un comandante es mantener la ecuanimidad. Nunca abandono a mis hombres en un momento difícil, ni creo que haya lugar para sus quejumbres… En la presente circunstancia es muy difícil hacerle llegar refuerzos, pero he ordenado al coronel Santiago Xicoténcatl que acuda en su auxilio con el batallón activo de San Blas…

N. Bravo (seis horas después): El coronel Xicoténcatl se retiró de improviso con todo su batallón, y hemos vuelto a quedar en el total desamparo. Me sorprende que le haya ordenado la retirada sin comunicármelo previamente, pero creo merecer más respeto. Recuerde que usted era un oficialillo de la Corona cuando yo luchaba por la Independencia y mis servicios a la patria son iguales o mayores a los de usted.

Santa Anna: Ya que tanto se precia de haber servido a la patria, cumpla con su deber sin perder el tiempo en lamentaciones. El bravo coronel Xicoténcatl no se retiró; su cuerpo sin vida yace en la espesura del bosque, donde resistió el empuje del enemigo […] he ordenado al cuerpo de granaderos y a la cuarta compañía cubrir el lugar que ocupaba el batallón de San Blas.

Pero no espere más refuerzos, porque ya ha perdido demasiados hombres en las trincheras… he observado con mi larga vista que el batallón destacado en el último baluarte del Castillo no hace fuego contra el enemigo y muchos tiradores abandonan cobardemente sus parapetos. Haga fusilar a esos menguados, o el mal de espanto nos causará más estragos que los obuses del enemigo.

Nicolás Bravo: Ningún escarmiento puede contener las deserciones cuando la tropa sabe que le espera una muerte segura. Anoche el batallón de Toluca defeccionó en masa.

Si no fuera por los jóvenes alumnos del Colegio Militar, que se han agigantado ante el infortunio, ya hubiéramos sacado la bandera blanca. Cuando veo a esos niños imberbes morir desangrados en las almenas del Castillo, me siento culpable y avergonzado por haberlos puesto en la línea de fuego. Hablemos a calzón quitado, general. Si está resentido conmigo porque apoyé la revolución decembrista, eligió el peor momento para cobrarse el agravio. No permita que sus rencores predominen sobre el interés nacional: el enemigo escala las faldas del cerro y necesito relevar a los cadetes con tropas frescas. Concédame los refuerzos y le prometo que al final de la guerra nos batiremos a duelo.

Santa Anna: Aceptado el duelo, denegadas las tropas.

N. Bravo: Chinga tu madre.

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