“Siempre estoy en el lado positivo”, concluye el futurólogo Dimitris Dimitriadis en una entrevista realizada por el diario El País esta semana. Esta gravita alrededor de los grandes temores que nos ocasiona el futuro de las inteligencias artificiales, la conducción autónoma y las amenazas presentes de la crisis climática o una guerra nuclear a escala global. Dimitriadis asesora al gobierno y empresas de su país, Grecia, para prepararse ante los grandes cambios y las consecuencias que se vislumbran. Como humanidad tendemos a oscilar entre la utopía y la distopía, comenta; y, entre los dos polos, él prefiere pensar el porvenir de forma constructiva.
Recordé el debate presidencial estadunidense que vimos el pasado martes, en la visión apocalíptica de Trump y el mensaje más esperanzador de la candidata Harris, que supo acorralar a su contrincante y demoler muchos de sus absurdos postulados. La moneda sigue en el aire, y aunque las cosas parecen comenzar a favorecer ligeramente a Harris en las encuestas, la mayor parte se encuentra en una zona de empate, ratificada incluso por los momios de las casas de apuestas internacionales.
¿Podría darnos luces un futurólogo de cómo se verá Mexico dentro de seis años? Porque recuerdo que antes de que iniciara el sexenio, los apocalípticos hablaban de un desgarramiento del país donde los ricos perderían sus bienes y el dólar llegaría a los 30 pesos. Mientras que los más optimistas predecían el final de la corrupción y de la economía de cuates, además de la construcción
de nuevos polos de desarrollo en el Sudeste. Al finalizar este sexenio las fuerzas políticas antagónicas siguen planteándonos la dicotomía: Venezuela o Dinamarca.
Y pareciera que tras todo lo ocurrido en el sexenio hubiéramos dado un giro de 360 grados, es decir, hemos dado la vuelta al mundo para regresar al mismo punto: los principales logros económicos se han volatilizado en escasos dos meses, al igual que las fabulosas expectativas del nearshoring. Como si nada se hubiera movido. Y, sin embargo, el partido en el gobierno con la reforma judicial ha demostrado que tiene todas las armas para realizar una verdadera revolución, cambiar todo desde la Constitución sin requerir apoyos de la otrora clase gobernante.
El último mes de López Obrador, a las carreras y a las patadas, muestra que la maquinaria política está en un punto óptimo para imponer la visión de la nueva vieja élite en el poder, justo cuando su principal líder está, según él mismo dice, a un paso del retiro. ¿Alguien habría previsto esta posibilidad? El cheque en blanco de Sheinbaum es aún más rutilante que el recibido en su momento
por Vicente Fox. Muchos esperamos que esté a la altura histórica de semejante encargo y tememos al mismo tiempo que la sumisión que ha mostrado los últimos meses ante el jefe histórico se prolongue por otros seis años.
Guanajuato por su parte, ha mantenido la inercia de su clase gobernante, aunque se ha esfumado la aplanadora en el congreso que a pesar de las crisis le permitió al PAN gobernar más de 30 años. Y tras experimentar el golpe de timón (también de 360 grados) prometido por Diego Sinhué Rodríguez, se prepara para “un nuevo comienzo” hasta con Secretarías de Estado homónimas. Este restart viene acompañado de una gran interrogante, similar a la que acompaña a Sheinbaum. Pues hay promesas de desmarques y cambios, pero temo que sólo queden en eso.
Como Dimitriadis, me niego a dejarme arrastrar por los cantos apocalípticos, y expectante como todos a las semanas que vienen, prefiero cerrar esta columna con una frase constructiva y esperanzadora de C.S. Lewis: No puedes volver atrás y cambiar el principio, pero puedes comenzar donde estás y cambiar el final.
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AAK