Por Juan Alejandro González Zavala
Cuando era joven, casi a punto de cumplir los 19 años, acababa de nacer mi hija. Ella nació con asma, yo no ganaba mucho en mi trabajo y ocupaba dinero.
Un día, recibí una llamada, era mi papá. Me dijo que si quería ir con él a USA. Le dije que sí y me pasó el número de un coyote. Le marqué y le pregunté que para cuándo tenía salidas, y me dijo que en dos días. Así que sin pensarlo, le dije que sí y quedamos de vernos en la central de Celaya.
Ya estando ahí, pues me subí al camión, duramos un día y medio en llegar a Nuevo Laredo, Tamaulipas, a un pueblo llamado Ciudad Mier. De ahí nos llevaron a una casa que parecía una vecindad. Ahí duré dos días.
Al segundo, por la noche, llegaron unos hombres y empezaron a escoger personas. Yo salí elegido. Nos suben a unos carros y nos dicen, no lleven mucha agua. Esto va a ser corto. Cruzamos el río en una balsa hecha de cámaras de llanta trasera de tractor. Ya de aquel lado, al subir el bordo de tierra había unos hombres vestidos de negro bien fuerte armados que nos dijeron, “que tengan suerte”.
Caminamos como diez minutos y nos subimos a unos carros. A mí me tocó en la caja de una camioneta como otras 20 personas más. Avanzamos como media hora, cuando de repente se calienta la camioneta y ya no avanzó. Uno de los muchachos con los que iba se quemó un pie. Caminamos unos diez días, ya en el cerro, el coyote iba ondeado bien cocaíno. Cuando se ponía rayas de coca, se agarraba como loco diciendo: oigan, pend… ahí anda un helicóptero… Y así seguimos caminando.
Un día caminamos de noche, íbamos en fila. Yo era como el 15. Los que iban por delante empezaron a decir que venía la migra, y corrieron. Pues yo también que le corro y como llevaba la mochila con la comida, que pesaba como 30 kilos entre tortillas, latas de frijoles y bolsas de atún, corrí entre el cerro y me escondí rápido bajo un árbol. En eso pasó corriendo el ayudante del coyote. Me dije, si me quedo solo, me voy a perder, ese güey sabe el camino, así que no dejé que se fuera y lo agarré. Ya escondidos, escuchamos que el coyote gritaba el nombre de alguien y decía: no seas joto, hijo de tu puta madre. Sal, pendejo. Yo te creía de más huevos. Y le pregunté al ayudante a quién le grita ese güey, y me contestó medio asustado, a mí…
Después de varias mentadas de madres, salimos y al llegar con el coyote nos dice que para qué putas corríamos, que no era la migra, que había sido una víbora. Y seguimos caminando como dos días. Llegamos a una cerca de alambre que medía como tres metros de alto. Entre nosotros iba un vato gordo, grandote, al cual le costó trabajo saltarla. Yo salté hasta el último con la mochila cargada.
Del otro lado de la cerca había un camino donde podían pasar los carros de la migra. El coyote cruzó primero y dijo, sigan mis huellas para no dejar marcas de zapatos por todas partes. Todos cruzamos pero el vato gordo no podía pisar en las mismas pisadas de los demás, y que se enoja el coyote y empieza a decirle: hijo de tu puta madre, pisa en las pisadas de los demás. Pero no podía y que agarra el palo el coyote que apenas le cabía en la mano y ahí lo trae corre y corre, aventándole garrotazos. E hicieron un desmadre de huellas por todas partes. Yo estaba riéndome al ver eso. El coyote puso a su ayudante a borrar el desmadre con la rama de un árbol.
Tras borrar las huellas del camino, seguimos caminando todo el día… [Continuará]
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