Hay pocos objetos capaces de ganarse un sitio en el corazón, tal es el caso de nuestros primeros muñecos, su presencia llega a hacerse imprescindible, los dotamos de una voz y de una historia, les contamos nuestras confidencias, y otorgamos un sitio en nuestros afectos. Nos permiten usar nuestra autoridad incipiente participando sin opinar en nuestros juegos con sus ojos fijos, y después, con el paso de los años, con ingratitud, los olvidamos sobre una repisa a guardar polvo.
Pero no en esos años tiernos, en donde estrechamos lazos y nos sentimos comprendidas por sus manos aún más pequeñas que solicitan ser rodeadas por las nuestras en búsqueda de amor y protección. Y en el silencio de la tarde, arropamos y alimentamos a nuestros muñecos mudos, mas no para nosotros que escuchamos su voz en un diálogo interno con la nuestra, que solo es audible en nuestros sentidos.
Ya en la adultez, los desempolvamos y los ponemos cerca, mi hermana tiene a Estrella, a Vicky a Luisa; yo a Lulú y a Mauricio. Todos ellos en su lugar preferencial, conservan su magia imperecedera de mirarnos desde adentro.
Esa mañana fui a saludarte y platicábamos, la tienda era para las dos, y rodeadas por los anaqueles resguardando nuestras palabras, me narraste la historia que ahora reproduzco.
Me hablaste de tu tía Teresa que, al ir a recibir sus tratamientos a León, se hizo amiga de Nancy. Ella contaba con tu edad, y se hacía acompañar de su muñeca, eso la enterneció tan profundamente porque en esos años, contabas con su edad, también eras una niña.
Así que, al no encontrar temas favorables, le hablaba de ti, de tus muñecas que también eran calladas y obedientes como la suya, que eran muy aplicadas en la escuela, y llegó a ser un tema recurrente en sus sesiones. Así que sabiendo que vendría tu tía a visitarte, la niña le pidió que te llevara a su muñeca para conocerte, y que algún día, quien sabe cuándo, ella también lo haría y muy probablemente se haría también tu amiga.
Ese día, la tía festejó la ocurrencia, sacando a la muñeca de Nancy de su maleta, te dijo que solamente iba de visita. Pero en ese entonces, no lo entendiste y creíste que era un regalo para ti, que había llegado para quedarse contigo. Así, que la llevaste a dormir a tu cama junto con Julia, y las tres, con sus ojitos cerrados, dormían una noche algodonosa y apacible.
Y cuando al día siguiente te pidió que se la devolvieras, desconsolada dijiste que los regalos no admitían devoluciones. Lloraste con tanta pena, que tuvo que marcharse con las manos vacías, prometiendo que más delante se la llevaría, aunque, una sombra le cruzaba el rostro ¿Qué le diría a la niña?
Pero para ti, eso no era relevante, le cambiaste el nombre, le pusiste Nancy como la niña buena y generosa, y así fue transcurriendo el tiempo, la escuela, la tarea y tus juegos que acortaban las tardes volviéndolas compartidas. Y no sabes si pasó un mes o dos, porque no tenías una idea precisa de los días, el tiempo en la infancia se mide con otros segunderos y parece prometer que durará toda la vida.
Una noche, acomodadas las tres con la luz apagada, se disponían a dormir, cuando sentiste como una mano furtiva te arrebataba a Nancy del regazo, así con rapidez, con una fuerza inusitada, te la quitó sin darte tiempo de impedirlo, así sin más, se la llevó sin tu permiso.
Después, me cuentas, nadie creyó lo sucedido, inclusive se te acusó de haberla arrojado a la azotea o esconderla debajo de la cama. Buscaron por todos los lugares posibles, porque, dado la inverosimilitud de tu historia, trataban de encontrar una explicación creíble. Más Nancy nunca apareció, y tú, más que sentir miedo te sumiste en una gran tristeza por la fragilidad de su partida.
Y ahora en tu adultez te lo explicas, muy probablemente Nancy vino por su amiga, porque aunque el cielo es un lugar hermoso, es necesario una muñeca que nos haga compañía.