En el marco de la celebración del Día del Médico, vale la pena preguntarse: ¿cuáles son los retos y el futuro de la educación médica? Es importante intentar responder este cuestionamiento, pues la formación de médicos impactará de manera sustantiva en los modelos de atención sanitaria y los sistemas de salud.
Es necesario comprender que existe un nuevo paradigma: la formación centrada en la atención primaria y la prevención, que prioriza la cobertura universal de salud y bienestar. Esto implica que los futuros profesionales deberán tener una preparación sólida en medicina preventiva y atención primaria, contrastando con el enfoque actual, basado en la atención hospitalaria y la medicina de especialidad. Esto debería llevarnos a actualizar los planes de estudio para incluir un enfoque orientado a los determinantes sociales de la salud, así como habilidades para trabajar en comunidad.
La incorporación de nuevas tecnologías y la necesidad de competencias digitales es cada vez más evidente, especialmente con los avances en inteligencia artificial y el uso de la telemedicina. Por ello, las escuelas y facultades de medicina deberán incluir en sus programas materias sobre estos temas, junto con el análisis de datos y la sensibilización ética respecto al uso de estas herramientas, tanto en el pregrado como en el posgrado.
De igual manera, es notoria la frecuente desintegración entre los profesionales clínicos que ejercen disciplinas distintas. En el futuro, será fundamental fomentar la colaboración para abordar problemas complejos de salud y los médicos deberán trabajar hombro con hombro con otros profesionales, incluidos enfermería, psicología, trabajo social e incluso administradores de salud. Los centros de formación tendrán que implementar programas de aprendizaje colaborativo interprofesional, donde estudiantes de diferentes áreas de la salud trabajen juntos en proyectos y casos clínicos.
Las soft skills (o “habilidades blandas”) son un tema pendiente en la formación médica. Si bien es necesario incentivar la educación basada en competencias clínicas, también es esencial fortalecer estas habilidades periféricas, que incluyen la comunicación y el trabajo en equipo. Muchos médicos poseen capacidades científicas y técnicas sobresalientes, pero carecen de sensibilidad interpersonal, liderazgo, resiliencia, empatía, pensamiento crítico o adaptabilidad, así como de competencias en gestión y políticas públicas en salud.
Otro tema importante es la desigualdad socioeconómica que afecta de manera sustantiva al acceso y calidad de educación médica. Estudiantes de zonas rurales o de familias con menos recursos suelen tener dificultades para acceder a instituciones de calidad probada o completar su formación, por lo que el incremento de apoyos (que van más allá de depósitos de dinero) deberán ser la constante para plazas de internado, servicio social y residencias médicas.
La educación médica tiene un futuro prometedor. Sin embargo, mantener ese rumbo dependerá de la capacidad de adaptación a las nuevas demandas sociales y tecnológicas, donde el enfoque no se limite a la cura de enfermedades, sino también a su prevención y al fomento del bienestar y la sostenibilidad.
Con la integración de nuevas tecnologías, una mayor interdisciplinariedad y el fortalecimiento de la salud pública, México tiene la oportunidad de formar una nueva generación de médicos más conscientes, preparados y comprometidos con la sociedad. La clave será adaptar los planes de estudio y las políticas educativas a estas necesidades emergentes, sin perder de vista el bienestar de los estudiantes ni la importancia de garantizar la equidad en el acceso a la educación.
En conclusión, sí hay futuro para la educación médica, siempre y cuando se priorice una formación flexible, innovadora y centrada en el ser humano.
Dr. Juan Manuel Cisneros Carrasco, Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre