Desde el siglo IV, en el concilio de Nicea, la iglesia católica condenaba a los clérigos errabundos que andaban de pueblo en pueblo fingiéndose peregrinos o cautivos recién liberados y que aprovechaban las ventajas de su hábito para recibir limosnas e inmunidad tras sus posibles excesos. A muchos de ellos se les señalaba de entregarse a la mala vida: malhechores, saltimbanquis, rufianes, tahúres, lujuriosos, dados a la crápula. Y además, autores de canciones obscenas y difamatorias. A lo largo de un milenio constituyeron una forma de contracultura. Bautizados goliardos, como descendientes de Goliat, sinónimo desde San Agustín de una persona mala o enemiga de Dios, sus composiciones han llegado hasta nosotros gracias a compilaciones como la encontrada en el monasterio benedictino de Beuern en Baviera.
Fundado entre 739 y 740 al sur de Munich, y reconstruido después de los ataques húngaros en 955, el convento fue revitalizado bajo la dirección de monjes de la abadía de Tegernsee. La abadía de Beuern llegó a ser un renombrado centro de aprendizaje y espiritualidad famoso por su producción de manuscritos. Su codex Buranus o Carmina Burana, códice o canciones de Beuern, reúne más de 250 baladas compiladas en el primer tercio del siglo XIII, escritas para ser cantadas con acompañamiento instrumental.
Carl Orff, fascinado por la irreverencia y pasión de los textos de la reedición de J.A. Schmeller de 1904, que halló en la biblioteca estatal de Munich, los usa como base para la composición de su homónima cantata escénica sinfónico-coral. Según Miguel Requena, “La brillante musicalidad de la fórmula lingüística constituía de por sí una invitación a la melodía… la fuerza del ritmo métrico omnipresente sin duda tuvo que ver con varias de las soluciones acústicas que elucubró Orff, como el recurso a elementos compositivos que emulaban sonoridades medievales tal el bordón o los modos gregorianos, o estilos primitivos percusivos y populares como el jazz.”
La edición bilingüe latín-castellano de Galaxia Gutenberg (2018), al cuidado de Francisco Rico, provee al lector de un cuidado y generoso estudio contextual sobre estos goliardos, fascinantes antecesores de los bohemios y los hippies, con traducciones que mantienen la musicalidad sus originales. Además, el apéndice incluye un apartado que complementa los textos latinos empleados por Orff para su composición con aquellos escritos en occitano o alemán medieval.
Me despido en esta ocasión con un fragmento de los cantos a la fortuna que, como la ilustraban los antiguos romanos, posee un pequeño mechón en la frente mientras el resto de su cabeza está rasurada. Razón por la cual, si no puedes atraparla cuando se presenta ante ti, ya no podrás hacerlo cuando haya pasado de largo.
1
Plaño las heridas de la Fortuna
con ojos lacrimosos,
pues sus dones,
rebelde, me arrebata.
Bien cierto es lo que se lee:
tiene algunos cabellos sobre la frente,
pero en la mayor parte pasa
la Ocasión calva.
2
En el trono de la Fortuna
me sentaba yo orgulloso,
coronado con las variopintas
flores de la prosperidad;
y como antes florecía
feliz y dichoso,
ahora me veo caído de lo más alto,
privado de toda gloria.
3
La rueda de la fortuna va girando:
voy yo de caída
y a otro lo llevan a lo alto;
excesivamente exaltado,
el rey se asienta encima de todo.
Pero ¡guárdese de la ruina!
Bajo el eje, en efecto, hallamos
a Hécuba, también reina.
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