Palpé la realidad y odié la vida.
Sólo en la paz de los sepulcros creo.
José de Espronceda
Es muy bonito hablar de la paz. La sola mención de la palabra, en tiempos de guerra, expele un glamur inigualable. La delimitación conceptual; si debe confundirse o no con la seguridad, si puede darse en democracia, si requiere de la voluntad de todos, si hace parte o no de nuestra cultura, llena tratados complejos e hincha a diario desde hace unos años los buches de políticos y especialistas.
En Irapuato, la alcaldesa Lorena Alfaro fue una precursora en desplegar el concepto y presentarlo como uno de sus desafíos principales. ¿Para qué hablar de seguridad y procuración de justicia, si ambos temas estaban en poder de la dupla Zamarripa-Cabeza de Vaca? Hablar de la paz alude de forma velada a que nos encontramos en guerra. Una que no sabemos (o queremos) enfrentar.
En la búsqueda de aliados, ante la negligencia o connivencia con el enemigo de los encargados de la seguridad, el objetivo consistió en la sociedad civil: 23 sectores, 1.653 participantes, reza la página dialogosporlapazirapuato.mx Frente a antagonistas que a través de su violencia se muestran poderosos, lo esencial es encontrar valedores que nos hagan sentir acompañados. Además, se buscó legitimación internacional: en marzo pasado se firmó un convenio con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en México, para: “implementar el proyecto Construcción de Paz con enfoque de Desarrollo Sostenible, el cual busca fortalecer el proceso iniciado por el municipio con la firma el año pasado del Gran acuerdo por la paz en Irapuato.”
Más allá de los discursos y con la transición de los poderes nacionales y estatales de los últimos meses, resentimos el coletazo de la violencia. Según el reporte más reciente del observatorio ciudadano, una buena parte de los delitos de alto impacto se mantiene al alza con la posibilidad de regresar a los niveles que vivimos entre 2017 y 2019. Por ejemplo, la extorsión, delito apenas denunciado en 2017, se ha multiplicado de 291 casos en 2021 a más de 801 en 2023 y 731 en lo que va de 2024. El robo con violencia a septiembre supera en 14% a todo el año pasado. El robo a negocio lo hace de igual forma en 47%, el narcomenudeo en 31%. Estos datos refieren a las famosas carpetas de investigación. Cuando revisamos las tasas de incidencia delictiva, algunas proporciones son más alarmantes: robo con violencia crece 52%, secuestro +296%, robo a transeúnte +76%, violencia familiar +32%, narcomenudeo +73%. Lo anterior sin mencionar que existe siempre una considerable cifra negra, delitos que no se denuncia por desconfianza en la actuación de las autoridades.
¿De qué tipo de paz hablamos o hacia cuál nos llevan? ¿Una donde los diálogos distraen la atención de lo que sucede en las calles? ¿Una donde las autoridades se deslindan de su responsabilidad en el uso de la fuerza para detener y disuadir el actuar de los maleantes?
Hemos visto a la gobernadora de Guanajuato, Libia Denisse García, asumir también el discurso de paz como una prioridad y presentarse con la presidenta Claudia Sheinbaum como las pacificadoras de sus dominios. Pero ¿qué tipo de paz ofrecen? ¿Una sin verdad? ¿Una sin justicia? ¿La paz de las tómbolas y de los jueces improvisados o maniatados?
Las masacres en Sinaloa y Guerrero entre grupos delincuenciales y el ejército mexicano quizás responden a la necesidad de mostrar una mano más firme en el ámbito nacional. En Guanajuato, el desafío resurgió en forma de carros bomba en Acámbaro y Jerécuaro, con una fiscalía en stand by desde que se cacareó la salida de Zamarripa en marzo pero que se concretará (yo todavía no entiendo por qué) hasta enero del próximo año. Al pato no han querido llamarlo narcoterrorismo, aunque tenga pico, patas y plumas. A la guerra tampoco la mencionan, como siguen en la oscuridad quienes se benefician de ella, los agentes grises entre los cuales seguramente hallaremos empresarios, financistas y políticos. Ante este tipo de enfoques, vuelvo a preguntar: ¿qué tipo de paz quieren ofrecernos?
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