Tenemos un país emproblemado aunque las autoridades de todos los niveles lo niegan de entrada. La violencia histórica que vivimos pone a prueba la viabilidad del Estado en muchas entidades del país. Guerrero, Chiapas, Guanajuato, Sinaloa, Morelos, Michoacán, Tabasco y Jalisco sufrimos el desasosiego de territorios tomados por múltiples actores del crimen organizado. 

Las fuerzas públicas federales representadas por la Guardia Nacional, el Ejército y la Marina, tienen las manos llenas y su actuación parece tardía e incompleta. En lugares como Sinaloa se desboca con órdenes de matar a quienes son o parecen ser sus enemigos. En Guanajuato explotan bombas. Si es o no “terrorismo”, no lo sabemos, pero la gente siente terror. 

Si a eso le sumamos la angustia por los cambios en el Poder Judicial y la destrucción de un sistema meritocrático donde los jueces hacían carrera desarrollando sus conocimientos y competencias, hay desesperanza al inicio del sexenio. 

La vida se complicaría aún más si en 10 días llega a la presidencia de Estados Unidos Donald Trump. Aunque en su primer mandato, hace ocho años, su gobierno no fue lo destructivo que esperábamos, ahora dobla la apuesta en contra nuestra. El famoso muro en la frontera que nos haría pagar, ni se construyó del todo ni lo pagamos los mexicanos. Los aranceles con los que asustó a Marcelo Ebrard y a López Obrador nunca se dieron y las deportaciones masivas de indocumentados tampoco, ahora su campaña tiene pilares como la xenofobia y la amenaza de poner tarifas a nuestras exportaciones con un 10% general, de entrada. 

Para agravar el ambiente tenso entre México y EEUU, el secretario de Agricultura, Julio Berdegué, quiere elevar a carácter constitucional la prohibición de importar maíz genéticamente modificado (todos los híbridos son modificados). Una barbaridad que va en contra de la ciencia y al bolsillo del pueblo que tendría que pagar alimentos más caros y escasos. Por lo menos nuestra Presidenta, Claudia Sheinbaum, reconoce que el futuro del país depende de Norteamérica y su expansión comercial. 

En los estados la esperanza de los gobernantes es que la Federación resuelva el problema de la violencia, que llegue con cientos o miles de efectivos para pacificar lo que ellos no han podido. No hay efectivos ni recursos suficientes para lograrlo. También tenemos la amenaza de Trump,  que en una de sus locuras podría calificar al crimen de México como organizaciones terroristas y meter la mano directa en la persecución de sus líderes. Algo ante lo que no hay una estrategia. Imposible impedirlo con las armas o con retórica nacionalista. 

El destino nos alcanza porque el país no tiene un proyecto de productividad y crecimiento, porque, al castigar la meritocracia, pervierte la función pública del Poder Judicial con tómbolas y elecciones sin sentido. También limita al Estado en su posibilidad de contratar talento.

El periódico Reforma publica que el número de mexicanos que pide su visa “dorada” a España se triplicó en los últimos meses. Una señal inequívoca de que hay temor del futuro. Nuestra solidez económica, política y social no se había visto tan amenazada desde 1994, cuando el magnicidio de Luis Donaldo Colosio. Hace algunos años los “capitales golondrinos” generaron una sangría de capitales, pero era raro que los empresarios se fueran. Sacaban su dinero pero ellos se quedaban. 

La pérdida de capital humano emprendedor sería muy delicada para un país que necesita líderes que generen nuevas empresas y empleo. Eso lo sabe Marcelo Ebrard, tal vez el más lúcido de los funcionarios públicos y quien mejor conoció la amenaza llamada Trump. Por el bien de todos, primero Kamala Harris

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