Seguro que Fidel Castro soñó con una Cuba próspera, igualitaria y ejemplo para Latinoamérica y el mundo. Su oratoria mantenía durante horas a los cubanos pegados al radio o a la televisión. Sin duda creyeron en sus sueños y promesas en los primeros meses de la Revolución, como haber repetido varias veces y en la misma ONU que él no era comunista, que su revolución era “humanista”. No conocían el lado oscuro de quien sería su dictador durante décadas. Un hombre que se enfermó de poder y se inventó mil enemigos para mantener su régimen autoritario, desconociendo que el mayor enemigo de su gente era él mismo. 

Lo que pudrió a ese país fueron los dogmas, la creación de enemigos reales e imaginarios y, al tiempo, la violencia y represión como forma de gobierno. Aún hoy, en la peor de sus crisis económicas, cuando producen casi nada, están atados de mente. El miedo a la represión impide un cambio, por eso la mejor alternativa para los más osados es la fuga, la emigración. Sabemos que todo tiene un límite y pronto, una desgracia mayor o un cambio de postura del Ejército, liberarán a Cuba de su estado mental. 

Algo semejante pasa en México con la oposición. Echada a un lado, discriminada por el poder, se achica aún cuando tiene la razón histórica en muchos temas. El principal es la defensa de la República y la democracia. Mientras el partido en el poder practica una regresión política de 50 años, la oposición sólo aparece como voces aisladas en redes sociales. Intelectuales, académicos y expertos en derecho carecen de liderazgo suficiente para luchar en contra del asalto al Poder Judicial. 

Si el Poder Legislativo y el Ejecutivo no acatan los ordenamientos judiciales de la Suprema Corte de Justicia, México entrará en una nueva etapa histórica de poder autocrático. La mayoría de la población no comprende la gravedad del asunto. El problema del gobierno de un sólo partido lo vivimos y sufrimos varias generaciones; creímos haber salido para siempre de ese modelo. 

Cuando vino el cambio de sexenio, alentamos la idea de que la unidad nacional podría regresar ante el llamado de la presidenta Claudia Shienbaum a la concordia. Soñamos que ahora todos podríamos regresar a una mayor civilidad política y al reencuentro de todos en  un sólo propósito: la paz y prosperidad nacional. Es trágico que no sea así, que la retórica de la división y la falta de diálogo impida acuerdos que nos ayuden a enfrentar lo que viene. 

Porque lo que viene puede ser Donald Trump y la mayor embestida contra nuestro país desde la invasión a Veracruz hace más de un siglo. Si los vecinos eligen a Trump, cometerían uno de los errores históricos más grandes. Su tradición democrática, su vocación libertaria y los valores que hicieron de ese país la primera potencia mundial, serían traicionados con efectos que pudieran ser funestos no sólo para EEUU sino para toda la humanidad. 

Donald Trump no es un hombre cuerdo, que pueda comprender la realidad como lo hicieron Barack Obama o el propio Joe Biden. Una mente inestable con la llave de los códigos nucleares, con la mano en el ejército más poderoso del mundo, puede tener repercusiones terribles para México. ¿Qué haría el gobierno de México si a Trump se le ocurriera invadir Sinaloa o Jalisco para “ir por los hombres malos”? Nuestros sueños se convertirían en pesadilla. 

 

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