Es una paradoja que México compre el 70% del gas natural que consumimos a empresas norteamericanas que hacen “fracking”, mientras en nuestro subsuelo podríamos explotar yacimientos con la misma técnica. Estados Unidos rompe récords de extracción de hidrocarburos al tiempo que Pemex reduce su capacidad y entra en una crisis financiera que necesitará la inversión de 125 mil millones de pesos de recursos públicos para el año que viene.
En agosto EE. UU extrajo 13.4 millones de barriles diarios de petróleo, un récord histórico. Hoy produce más que Arabia Saudita y Rusia. Además ha logrado mejorar la productividad en la industria, con mayor extracción a pesar de tener menos pozos. Texas produce más de 6 millones de barriles diarios. La mayoría proveniente del oeste de ese estado, en una zona no lejana a la frontera mexicana.
Nuestra soberanía energética será un mito inalcanzable si no abrimos las puertas a la inversión privada. ¿De qué nos sirve pagar a empresas extranjeras para traer energía de fuera cuando la tenemos aquí? Esas mismas empresas podrían perforar en México y pagar una “renta petrolera”, además de generar empleos.
Según datos de publicaciones especializadas, México importará unos 7 mil millones de dólares en 2024 (una estimación muy general) para la CFE y otras industrias nacionales. Además invertimos 20 mil millones de dólares en una refinería, que es el menos rentable de los negocios de hidrocarburos. Un negocio que jamás será rentable.
Desconocemos las razones por las que no queremos usar el fracking pero compramos gas que se obtiene por ese método en EEUU. Con pretextos ambientalistas nuestra dependencia del gas natural crece. En Texas no están preocupados por las presiones climáticas y ahora menos lo estarán con el arribo de Donaldo Trump y su estrategia de “perforar y perforar”. Se pronostica que el petróleo (salvo un grave conflicto en Medio Oriente) siga a la baja. Cada día nuestras reservas tendrán menor valor y Pemex la pasará más mal si no mejora su extracción que ha caído a menos de la mitad de lo que teníamos en el sexenio de Vicente Fox (3.5 millones de barriles diarios). Hoy, con apenas 1.5 millones de barriles, México dejó de ser la potencia petrolera que soñó el nacionalismo obsoleto de la izquierda tropical.
La famosa “soberanía” energética menos funcionará si de plano matan la tímida reforma que hizo la administración de Enrique Peña Nieto y si mantienen la idea de que la CFE tenga mano y mayoría en la producción y distribución eléctrica. El país podría elevar su capacidad con más inversión privada, tanto en la producción como en la distribución, participando en la ampliación de la red.
En Estados Unidos no les preocupa que sean empresas privadas las que explotan el subsuelo y paguen impuestos por hacerlo. Incluso la política restrictiva sobre la energía nuclear cambió. La mejor muestra es que van a revivir la nucleoeléctrica de Three Mile Island en Pensilvania, esa que estuvo a punto de fundirse. Los centros de datos de las grandes compañías tecnológicas encuentran en la energía nuclear la fuente limpia para alimentar a cientos de miles de procesadores necesarios para la IA.
La mitología política del pasado, el nacional populismo del presente y la obediencia ciega de los legisladores, hacen que desperdiciemos la oportunidad de ser una potencia mundial en energía como lo es hoy Estados Unidos. La terquedad de seguir con Pemex y la CFE como empresas dominantes por orden gubernamental, costará el desarrollo presente y futuro del país.