En el remolino de noticias nacionales, llega un viento fresco desde Brasil, donde la presencia de la presidenta Claudia Sheinbaum da un giro a la claustrofóbica política de su antecesor. Claudia con Joe Biden; Claudia con Xi Jinping de China; Claudia con Justin Trudeau de Canadá; Claudia con un caballeroso Emmanuel Macron de Francia que se agacha con un beso en la mano a la dama (sin tocar la mano), bajo la tradicional elegancia de su tierra. Por qué no decirlo, sentimos orgullo de una presidenta bien presentada sin ostentación pero ataviada con la dignidad que el cargo merece.
Nunca supimos qué tipo de complejos, inseguridades y frustraciones tuvo el presidente Andrés Manuel López Obrador para encerrarse en el país durante seis años. A las reuniones internacionales más importantes enviaba a Marcelo Ebrard. Sólo se sentía agusto con dictadores como Nicolás Maduro de Venezuela, Miguel Díaz-Canel de Cuba y Evo Morales de Bolivia. AMLO no conoce el mundo y nunca quiso conocerlo en un provincianismo inexplicable.
En una ocasión durante la campaña presidencial del 2006 le pregunté por qué no iba a conocer China, Japón o Corea del Sur en Asía, donde se estaban dando las transformaciones más importantes en la historia de la humanidad. Su respuesta fue: “lo veo en internet”.
Al llegar a la presidencia pudo cambiar, pudo codearse con los líderes de Europa y de Asia, pudo aprender y representar con dignidad al país: nunca lo hizo. Daba vergüenza ver a todos los miembros del G20 en sus reuniones sin su presencia. Era decir: me vale un sorbete todo lo que no sea “mis mañaneras”. Además de los pleitos tontos con España, la Argentina de Javier Milei o el apoyo al destituido presidente del Perú, el sombrerudo Pedro Castillo.
La política exterior se salvó gracias a Marcelo Ebrard, quien habla perfecto inglés y también es un hombre cosmopolita que entiende la realidad mundial. Durante el sexenio fue el apagafuegos, desde la presunta compra de pipas para aliviar el desabasto de gasolina de Pemex, hasta la representación del país en cuanta reunión internacional había, propia de jefes de estado y no de cancilleres.
El Dr. Juan Ramón de la Fuente, nuestro actual canciller, tiene las mejores cartas profesionales como Secretario de Salud con Ernesto Zedillo, luego como rector de la UNAM y representante de México ante la ONU. Es un hombre serio y experimentado que no meterá en conflictos gratuitos a México. Un hombre de una cultura que resulta imposible imaginarlo repitiendo las sandeces de exigir disculpas a la Corona Española por lo que sucedió hace 500 años.
Esperemos que Claudia se acerque a los países exitosos y no a los dictadores de pacotilla, a los estados fracasados como Cuba, Nicaragua o Venezuela. Dime con quién andas y te diré quién eres, dice el sabio refrán. El Peje andaba con el lumpen moral e intelectual de Latinoamérica y se doblaba con el insolente de Donald Trump. El Peje tenía, como los caballos de tiro, anteojeras. Y presumía la fuerza de sus amuletos, con un ángulo de visión cortado por sus dogmas ideológicos, fobias y venganzas.
Ahora solo falta que Claudia comprenda que es la presidenta de todo México y no de una facción política. Que se reúna con la oposición, con las madres buscadoras, con las feministas radicales o la derecha confesional, con todos, para que se convierta en la estadista que México necesita. Vale.