Escribo estas líneas el día en que Joe Biden llega a la edad de Paul McCartney. La vejez es asunto relativo. Mientras el ex Beatle derrochaba energía en un festival de la Ciudad de México, el inquilino de la Casa Blanca aprobaba el ataque de Ucrania a Rusia con misiles ATACMS de fabricación estadounidense. Hay distintas maneras de cumplir 82 años.
A dos meses de hacer las maletas, Biden participa en una escalada militar que incluye el uso de minas antipersona, letales para la población civil, pues permanecen durante años donde fueron plantadas, aplazando su cosecha de muerte. De acuerdo con la revista alemana Der Spiegel, en 2023 el uso de minas cobró 5,700 víctimas en el mundo. También Rusia dispone de este armamento; lo usa sin miramientos porque se negó a firmar el Tratado de Ottawa. En cambio, Ucrania ratificó el acuerdo en 2005 y ahora ejerce una agresión que reprueba.
No hay duda de que Ucrania ha sido víctima de una invasión oprobiosa; en esa medida, ha ganado la batalla ideológica en la guerra que ya dura mil días. El paso de una estrategia de defensa a una de ataque altera parcialmente la narrativa.
En el ajedrez militar cada jugada responde a otra. La ofensiva ucraniana llega después de que, sin el menor escrúpulo, Rusia incorporara a diez mil soldados de Corea del Norte en el frente de Kursk. Aunque el refrán asegura que en la guerra y en el amor todo se vale, ciertas medidas tienen mayor costo político que otras. Por ello, el Pentágono aclaró que sus minas antipersona dejan de funcionar al cabo de un tiempo; sin embargo, no hay datos de los modelos utilizados, y Tamar Gabelnik, experta en desarme humanitario que encabeza la campaña internacional antiminas, sostiene que no existe un mecanismo que se desactive sin posibilidad de error.
Lo más grave del asunto es que el Cuarto de Guerra de Estados Unidos está en manos de quien fue eliminado de la carrera presidencial por su inseguridad mental, o, peor aún, está en manos de quienes lo manipulan.
Hacia el final de la campaña electoral, el conductor de CNN Jake Tapper entrevistó al candidato republicano a la vicepresidencia, J. D. Vance. Las cadenas estadounidenses confunden el periodismo con la propaganda: Fox News apoyó descaradamente a Trump (al grado de que varios de sus comentaristas se incorporarán a su gabinete) y CNN hizo lo propio con Harris. En su papel de vocero demócrata, Tapper ejerció una paradójica forma de la entrevista, tratando de impedir que su interlocutor hablara. Aun así, Vance logró decir algunas cosas. Cuando Tapper señaló que miembros de la élite militar desconfiaban de la capacidad de Trump para liderar al Ejército, Vance respondió que esos generales defendían la tesis de “la paz por medio de la fuerza” y habían sido repudiados por Trump durante sus primeros cuatro años en la Casa Blanca. En su versión de la historia, los demócratas están más cerca de los halcones del Pentágono que los republicanos, dispuestos, entre otras cosas, a llegar a un cese al fuego en Ucrania.
¿Es esto cierto? Por el momento, mientras el camión de mudanzas se prepara para ir a la Casa Blanca, Biden incrementa el fuego y Putin recuerda que tiene armas nucleares.
La situación remite a la película Dr. Strangelove, de Stanley Kubrick, estrenada en México como Dr. Insólito, donde la Guerra Fría es retratada como una lucha de paranoias en la que cualquier bando puede perder el control. Eso sucede con un bombardero de Estados Unidos que no puede ser localizado por radar. Inmerso en su delirio, el piloto “King” Kong, que usa sombrero de cowboy, se lanza a territorio soviético montado en una bomba. En el Cuarto de Guerra ya no se discute cómo atacar sino cómo sobrevivir en un búnker. No hay cupo para todos y el Dr. Insólito propone que una computadora escoja a los mejor dotados para representar a la especie (así se cumple el ideal nazi de salvar a una raza “superior”). En 1964 Kubrick anticipó el apocalipsis nuclear y el darwinismo digital.
El avance de la inteligencia artificial representa otro frente de combate, donde no se mate, sino que se selecciona a los individuos. En estos días se anuncia la llegada a México de un gurú del neuromarketing cuyo lema es “Vender o morir”, lo cual replantea el sentido mismo de la existencia humana: si la supervivencia sirve para aniquilar al otro o venderle algo, nada parece mejor que la eutanasia.