En todas las transiciones de una administración a otra, hay sorpresas. Por más que López Portillo intentó compartir toda la información económica y financiera con De la Madrid, y que sus principales colaboradores o bien continuaron en el cargo o bien apoyaron a quien resultó el sucesor, el nuevo equipo descubrió bombas de tiempo y daños el 1 de diciembre de 1982 que no sospechaba. Asimismo, aunque Zedillo conociera bien el aparato económico-financiero del gobierno de Salinas, y aunque Jaime Serra, por ejemplo, fuera secretario de Comercio con Salinas y de Hacienda con él, y a pesar de las múltiples reuniones a finales del sexenio en 1994 entre los dos equipos, nunca esperó lo que encontró: una situación económica dramática, amplificada por los propios errores de las primeras semanas de su propio sexenio.

Por lo tanto, pensar que la reconducción del secretario de Hacienda en esta ocasión, o la cercanía entre los equipos de López Obrador y Sheinbaum, y sobre todo entre ellos dos, basta para evitar sobresaltos, sorpresas y desastres, resulta por lo menos ingenuo. Al contrario, y más allá del ámbito económico y financiero, es altamente probable que la nueva administración se esté topando con una serie de piedras o piedrotas en el camino que no presentía. Podemos ya entrever algunas.

En materia de violencia y seguridad, los estallidos de Sinaloa, Acapulco y Chilpancingo, y Chiapas además, no eran del todo previsibles, pero algo se sabía. No obstante, la extensión del crimen organizado, la verdadera dimensión de la violencia, el número de desapariciones, de secuestros y de masacres, no pueden haber sido plenamente conocidos por los nuevos titulares de las diversas carteras pertinentes.

Algo parecido tal vez sucederá con los compromisos internacionales del país. No dudo que López Obrador le haya compartido a Sheinbaum cualquier acuerdo no público que haya suscrito con Estados Unidos o con Cuba, los únicos dos países que le importaron. Pero la interpretación de AMLO puede diferir mucho de la de Washington o La Habana. Sólo será cuando ella y su equipo comiencen a intercambiar sustancia con ambas capitales, que realmente sepan a qué están obligados.
Pero es ante todo en el terreno económico y fiscal donde Sheinbaum seguramente ha enfrentado realidades que no presumía. Muchas se reflejan en el presupuesto, y en el nerviosismo que las medidas del Plan C han suscitado en los mercados. No puede haber previsto, salvo un par de días antes, la rebaja de la clasificación de Moody’s. La situación de Pemex se conocía a grandes rasgos, pero por motivos evidentes, no de manera granular. Y menos se intuía el verdadero estado de las obras faraónicas de López Obrador.

De acuerdo con los informes publicados en los medios, el PEF de 2025 incluye una partida de 40 mil millones de pesos para el Tren Maya, una obra que se inauguró, se reinauguró, y ya pierde dinero, pero que requiere dos mil millones de dólares más de inversión. 

La refinería de Dos Bocas recibirá 136 mil millones de pesos del nuevo presupuesto, casi siete mil millones de dólares. Se supone que ya estaba terminada y funcionando. Al igual que los 1,556 millones de pesos, o setecientos millones de dólares, que todavía succionará el elefante blanco de Peña Nieto, el tren interurbano Toluca-Santa Fe.

Hay de sorpresas a sorpresas. Me da la impresión que Sheinbaum empieza a molestarse/decepcionarse/enojarse con su predecesor. No por las supuestas imposiciones de personas o de agenda, sino por el tiradero que le dejó y que no sopesaba. Acontece lo mismo en las mejores familias.  

 

* Excanciller de México

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