“En este país, cuando quieres algo, tienes que exigirlo por la fuerza”, le espeta un inmigrante armado con una pistola al narrador personaje del cuento de Etgar Keret, De repente un toquido en la puerta, traducido también, en la versión española como De repente llaman a la puerta.
El protagonista no se encuentra en México, ni siquiera en América Latina, es un alter ego de Keret que vive en la calle Zamenhof 14, en Tel Aviv. El inmigrante procede de Suecia, donde las cosas se piden de buena manera: “Allí, cuando se quiere algo, se pide educadamente y, por lo general, te lo dan.” En cambio “en el asfixiante y enrarecido Oriente Medio, eso no es así. A uno le basta con pasar aquí una semana para entender cómo funcionan las cosas. O para ser más exactos, para entender cómo no funcionan.” Y prosigue: “Este país (Israel) solo entiende el lenguaje de la fuerza y no importa que se trate de un asunto de política, de economía o de una plaza de aparcamiento. Aquí solo entendemos la fuerza.”
En este punto podríamos derivar el artículo hacia la guerra actual, de la cual, adelanta ya en su historia publicada en 2010: “Los palestinos pidieron con muy buenos modales un estado. ¿Se lo dieron? ¡Y una mierda! Mientras que cuando pasaron a hacerse saltar por los aires en autobuses cargados de niños, empezaron a escucharlos.”
Sin embargo, no es mi intención viajar tan lejos, porque considero que cualquier parecido con nuestra realidad al otro lado del océano no es tan distinta a lo descrito por Keret. Vivimos regímenes que alardean de democráticos, abiertos y prístinos, que dicen acompañarse del pueblo o de la gente (la diferencia entre uno y otro pareciera casual, pero no lo es) y que hacen oídos sordos de forma sistemática a las peticiones fundadas en la razón o en argumentos irrefutables. Sólo parecieran levemente conmovibles, como lo fueron también regímenes predecesores, a la violencia del narco, los paros o a la toma de casetas viales.
Seamos sinceros, ¿habría reconocido el estado de Guanajuato y su Fiscal General la existencia de fosas clandestinas sin la permanente insistencia por todos los medios de los colectivos de búsqueda compuestos en su mayor parte por mujeres?
En un artículo hace un par de semanas atrás, José Arturo Sánchez Castellanos, columnista de AM y ex síndico de León, reconocía con amargura que ante la extinción del FIDESSEG lo único que les hizo falta fue tomar la caseta de Guanajuato, como lo habían hecho los maestros que reclamaron por cobros excesivos de impuestos en su aguinaldo. Resultado, el fideicomiso se extinguió sobre la base de argumentos falaces, aunque la sobretasa se seguirá cobrando y los más de 1.200 millones de saldo fueron engullidos para apoyar al “Nuevo Comienzo”; por otro lado, los maestros recibieron un reintegro millonario con cargo extra al erario aunque la explicación y las culpas sobre los cargos mal realizados a lo largo de más de un sexenio quedaron en estado vegetativo.
Tras los atentados terroristas de Acámbaro y Jerécuaro y el arresto de un par de presuntos responsables, la cuestión pareciera caer en el olvido. Nada se sabe de autores intelectuales ni de qué objeto tenía volar con explosivos automóviles en medio de dos poblaciones pequeñas, algo que nadie quiere llamar terrorismo.
En el cuento de Keret, la narración se convierte en un bucle donde a cada rato llaman a la puerta y entra un individuo armado para amenazar al protagonista, quien, como Sherezade, se ve obligado a contar ad infinitum una historia para mantener entretenido a su creciente auditorio.
Nuestro cuento se llamaba “golpe de timón”, ahora se llama “nuevo comienzo”, y al parecer sólo unos pocos saben cómo debe llamarse a la puerta.
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