León, Guanajuato.- En el marco de la celebración del 42 Festival Internacional Cervantino, la Orquesta Sinfónica de Yucatán celebró su décimo aniversario con una presentación en el Teatro Bicentenario, donde acudieron leoneses y visitantes que disfrutaron de la velada musical.
El conjunto de músicos fue dirigido bajo la batuta del maestro Juan Carlos Lomónaco quien acompañado de Alexei Volodin, pianista ruso, deleitaron a todos los melómanos presentes en el concierto.
Los instrumentos de cuerda, los metales y las percusiones encontraron en las suaves notas del piano de Alexei las compañeras perfectas para lograr en cada uno de los asistentes reacciones emotivas que fueron el reflejo fiel de la bella interpretación por parte de cada uno de los músicos.
Al final del concierto, los integrantes de la Orquesta junto con su director y el pianista invitado fueron aplaudidos al unísono por los espectadores de esa noche mágica.
Seducen Alexei Volodin y Sinfónica de Yucatán
El virtuosismo del pianista ruso Alexei Volodin y la solvente técnica de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, dirigidos por Juan Carlos Lomónaco, se ensamblaron como pocas veces logrando llevar el milagro de la música al Teatro del Bicentenario: conmover al público hasta el alma con una interpretación plena de lirismo de dos obras cumbres del romanticismo ruso.
Un día después de su exitosa presentación en el Teatro Juárez en Guanajuato en el marco del 42° Festival Internacional Cervantino, la joven agrupación mexicana y el concertista reconocido a nivel internacional conquistaron el recinto de León en un recital integrado por el “Concierto para piano número 3” y la “Segunda sinfonía”’ de Serguéi Rajmáninov (1873-1943), destacada figura de la historia musical de Rusia.
La velada comenzó con el “Concierto para piano y orquesta número 3 en Re menor, Opus 30”, una de las composiciones más difíciles para este instrumento por su compleja escritura, la cual requiere de una técnica del nivel de Alexei Volodin, quien ha actuado con orquestas como la Sinfónica de Londres, de la Radio de Baviera, del teatro Mariinsky, las Nacionales de Francia y Rusia, entre otras, y ha trabajado con directores de la talla de su compatriota Valeri Gérguiev, del italiano Riccardo Chailly y del estadounidense de origen francés Lorin Maazel, recientemente fallecido.
El propio Rajmáninov, un virtuoso del piano, estrenó su tercer concierto en Nueva York en 1909, con el que se consolidó como intérprete y compositor en Estados Unidos. A diferencia del “Concierto número 2 en Do menor Opus 18”, más melodioso, en el número 3 destacan un lenguaje más contrapuntístico y una variedad de ritmos para el lucimiento del solista.
Volodin, acompañado de la Sinfónica de Yucatán, realizó una lectura lírica y transparente de esta partitura, exhibiendo un fraseo elegante. Su postura recta, las muñecas un poco bajas y una pulsación rápida dieron cuenta de su forma ligera de tocar el piano. Sólo en los pasajes de fuerte intensidad mostró movimiento frente al teclado resultando efectivo en términos de sensibilidad.
Desde el “Allegro ma non tanto”, el concertista reveló un toque preciso y un sonido limpio que ayudaron a disfrutar de las distintas líneas melódicas. Con una ágil velocidad superó las rebuscadas figuraciones y saltos de intervalo del desarrollo y la cadenza, haciendo matices entre los forte y los piano, sin abusar de ritardandos sentimentalistas.
En el “Intermezzo” Volodin volvió a destacar en el uso de dinámicas en las variaciones del tema, evocando tranquilidad y luego exaltación. También la orquesta sobresalió en este melancólico adagio, tocando el oboe y las cuerdas con pulcritud y sonoridad. En el “Finale (alla breve)” la Sinfónica y el pianista entendieron a la perfección los acentos de la primera sección, así como los contrastes de las transiciones hacia la melodía de enorme belleza. Al final, el tempo liviano de Lomónaco hizo que la coda sonara alegre y gloriosa llevando al oyente al frenesí.
Los aplausos no se hicieron esperar y el cotizado recitalista regresó al escenario unas cuatro veces hasta ejecutar como encore el scherzo de las “10 Piezas para piano Opus 12” del ruso Serguéi Prokófiev, un vivacissimo perpetuum en el que el concertista hizo otra vez despliegue de su rápida digitación. El momento emotivo llegó cuando el director dio un cálido abrazo al pianista y luego ambos agradecieron a la audiencia su jubilosa ovación.
Sinfonismo ruso
Tras el intermedio, la Orquesta Sinfónica de Yucatán se mantuvo al nivel de la primera parte del concierto al ofrecer una ejecución lírica e inspirada de la “Sinfonía número 2 en Mi menor, Opus 27” de Rajmáninov.
Compuesta entre 1906 y 1907 tras el fracaso de su primera sinfonía 10 años antes, contiene una notable influencia del sinfonismo del ruso Pyotr Ilyich Tchaikovsky por la importancia de la melodía en el tejido orquestal. Pero en la segunda sinfonía está ya presente la personalidad romántica de Rajmáninov por su predilección hacia las texturas y el empleo del principio cíclico de la tradición rusa.
El “Largo-Alegretto moderato” fue fresco, abrasador y vigoroso, sin llegar al dramatismo. La orquesta se escuchó encantadora en la introducción y el segundo tema pero en el desarrollo se echó de menos un ataque más fuerte en las cuerdas para evocar el ambiente de amenaza que recuerda a la Sinfonía “Patética” de Tchaikovsky. No obstante, este estilo concordó con la versión ensoñadora que propuso Lomónaco de toda la obra.
En el “Allegro molto” la calidad del conjunto yucateco se confirmó en el scherzo con las sólidas intervenciones del corno en el inicio y el brillante sonido de las cuerdas en el fugado y de los metales en el coral. El punto más emocionante llegó en el famoso “Adagio” en el que la dirección, atenta al balance, consiguió que los clímax lucieran en el instante exacto y en todo su esplendor.
Finalmente, en el “Allegro vivace” la vitalidad y el romanticismo alcanzaron su punto más alto, con ese interludio de gran poder emocional para concluir de manera luminosa y enérgica en la coda.
El efecto del poder de la música había hecho su efecto en el Teatro del Bicentenario y los asistentes lo agradecieron de pie con intensos aplausos y bravos que aunque duraron varios minutos, no fueron suficientes para que la orquesta tocara una pieza de regalo. Aún así, se retiraron felices después de sentir el cúmulo de emociones que sólo el arte de Rajmáninov es capaz de despertar.