León, Guanajuato.- El propósito del compositor alemán Christoph Willibald Gluck de revivir la tragedia griega, se cumplió con la producción de Sergio Vela de la ópera “Orfeo y Eurídice”

Además, esta nueva representación del mito del héroe griego en el Teatro del Bicentenario Roberto Plasencia Saldaña “alivió” los corazones de los asistentes. 

Las bellas imágenes de Vela, la elegante danza de Ruby Tagle, el canto conmovedor del contratenor Flavio Oliver, la soprano Anabel de la Mora, Karla Castro y Ariadne Buendía, el Coro del Teatro del Bicentenario y la música emotiva dirigida por Gabriel Garrido llevaron un momento de paz a la audiencia.

En el marco de los festejos por el 300 aniversario del nacimiento de Gluck, Vela y Garrido rindieron un homenaje al reformador de la ópera presentando la primera versión de “Orfeo y Eurídice” de 1762, desde una visión apegada al espíritu de su creador y no a  una interpretación fiel de la obra.

En esta nueva producción tocó la Orquesta Sinfónica de Minería bajo la dirección de Gabriel Garrido, un especialista en ópera barroca y clásica temprana. 

También los músicos contaron con la asesoría de la violinista Ágnes Kértez, experta en este repertorio, quien viajó desde Hungría para tocar como concertino a fin de cuidar el estilo de la articulación.

Los papeles protagónicos de Orfeo y Eurídice fueron interpretados por el contratenor español Flavio Oliver y la soprano lírica ligera Anabel de la Mora, originaria de Guadalajara, respectivamente. Ambos cantantes cuentan con tesituras ideales para los personajes. 

En lugar de una soprano ligera, las niñas Ariadne Buendía y Karla Castro encarnaron al personaje del Amor. La decisión de no elegir a una soprano fue innovadora y resultó efectiva en términos dramáticos. 

 

La noble simplicidad

En esta producción, Sergio Vela se propuso rescatar el sentido esencial del mito de Orfeo. Para lograr su intención cambió el final feliz de la obra: evitó la resurrección de Eurídice y unió a los esposos en el cielo. El resultado fue poético.

Hay que destacar que antes de que iniciara la función, la orquesta tocó la Obertura desde el vestíbulo, a modo de llamada. Desde ese momento, el público puso fin a su conversación y se dejó seducir por la jovialidad de la sinfonía, que contrasta con el tono lúgubre de la obra.

Enseguida, los asistentes tomaron sus asientos mientras se proyectaban en la pantalla unos textos de “Las Metamorfosis” de Ovidio en torno a Orfeo, al tiempo que se reproducía un audio de la lectura en latín de estos fragmentos.

Tras esta introducción, dio inicio la ópera de tres actos, sin intermedios. El montaje minimalista de Vela fue prácticamente el mismo en todas las escenas: una gasa entre la acción y el espectador, un ciclorama y una tumba rectangular en el centro y al fondo del escenario. Con esta austeridad de recursos, el director concedió mayor importancia a la actuación, la danza, el coro y el canto.

Vela evocó la antigüedad grecolatina con la aparición de la lira, el coro griego con máscaras y las túnicas dalmáticas, de color negro en Orfeo, y de tonos grises en el coro.

También incluyó personajes de la mitología griega como Caronte, encarnado por Marisol Castillo, dos cancerberos, uno de ellos representado por Darwin Angulo y otro por un perro real de nombre Simba. 

Así como un Espíritu equino (Gustavo Sanders), inspirado en la película “El testamento de Orfeo” del artista surrealista francés Jean Cocteau.

El vestuario estilizado de Violeta Rojas estuvo acorde con el arte simbólico de Vela, al igual que en otras producciones en las que ambos han trabajado juntos.

En el primer acto, con un fondo que cambiaba de azul a gris, Vela acentuó el carácter lastimero del funeral de Eurídice al incluir a una plañidera, interpretada por la bailarina Gina Paris, cubierta con un velo. Este personaje consoló al héroe con una danza solemne.

En el segundo acto, el director consiguió composiciones de enorme belleza visual al incorporar a una Furia Desatada (Fernanda Parra), que bailó en un columpio. 

También Vela recreó los Campos Elíseos y un ambiente celestial en los números de danza interpretados con gracia por un Espíritu Sereno (Gina Paris), una Furia Apaciguada (Fernanda Parra) y un Espíritu Equino.

Pero la puesta en escena alcanzó su mayor lirismo en el cuadro final: la constelación de lira apareció en el firmamento, y al fondo, la tumba se convirtió en una bronceada escultura de los fieles esposos, mientras que Orfeo, Eurídice, Amor y el coro salieron de escena para trasladarse a los balcones de luneta y cantar desde allí: “Que el amor triunfe en el mundo entero”.

La dirección actoral de Sergio Vela permitió a los artistas moverse con naturalidad y expresar sus emociones de manera contenida.

La participación de los personajes secundarios fue fluida y dio realce a las escenas. Tal vez se sintieron repetitivas las intervenciones de Caronte en la famosa aria “Che faró senza Euridice?” (¿Qué voy a hacer sin mi Eurídice?).

También hubo un momento en que Eurídice, al encontrarse con Orfeo, se confundió con una de las bailarinas. También la escena de la resurrección hubiera sido más eficaz si Eurídice hubiera estado colocada sobra la tumba. 

Además, en esta representación, Orfeo se colocó una banda en los ojos para no caer en la tentación de mirar a su esposa. 

Flavio Oliver y Anabel de la Mora. Foto: Teatro del Bicentenario.

Conmueve pasión de Flavio Oliver y Ana de la Mora

El contratenor español Flavio Oliver ofreció una visión dolorosa del semidiós de la música a través de una actuación conmovedora, en armonía con la propuesta escénica.

Su recreación del personaje fue rica en matices. Al inicio, se mostró afligido en el funeral de Eurídice, donde sus movimientos fueron pausados, de un sufrimiento silencioso.

Ante la llegada de Amor, reflejó la esperanza de poder recuperar a su esposa del inframundo, pero reflejó cierto temor de no poder cumplir con la hazaña.

Este miedo tampoco disminuyó en la escena de las Furias. Incluso en los Campos Elíseos se mostró sorprendido como un niño ante el Espíritu Equino.

Su expresividad aumentó de intensidad al reencontrarse con su amada, enfatizando su angustia al caer al suelo. En general, su interpretación del personaje fue de notable credibilidad.

No obstante, su ejecución vocal tuvo menos fortuna al exhibir unos agudos estridentes, una falta de homogeneidad en el timbre y en el control en la emisión, principalmente en las arias: “Chiamo il mio ben cosí” (Y así llamo a mi amor) y “Che faró senza Euridice?” (¿Qué voy a hacer sin mi Eurídice?).

Sin embargo, fue claro su conocimiento del estilo barroco al cantar variadas ornamentaciones. Sin duda, se escuchó más cómodo en los recitativos, en los que sobresalió un elegante fraseo y un centro seguro y potente.

 

Brilla Eurídice

A pesar de que Eurídice no sale a escena hasta en el tercer acto, Gluck escribió para este personaje unos recitativos de considerable impulso dramático y un aria da capo de estilo barroco, por lo que la obra exige una soprano de cualidades líricas y ligeras.

La soprano mexicana Anabel de la Mora hizo una interpretación memorable de la esposa del poeta griego, la más completa de la velada, escénica y vocalmente.

En la ágil aria “Che fiero momento” (Qué terrible momento), la joven tapatía desplegó un timbre dulce y cristalino, afianzado en una técnica impecable que le permitió obsequiar con naturalidad y seguridad unos agudos brillantes, así como una perfecta línea de canto.

El color de su voz, luminoso y femenino, fue ideal en su encarnación de la ninfa enamorada. En los recitativos, reveló también un dominio del arte de declamar cantando, en total correspondencia con su efusiva actuación.

También vale resaltar el desempeño de Karla Castro y Ariadne Buendía, solistas de la Schola Cantorum de México, que alternaron en el pequeño papel de Amor.

Con su natural dulzura e ingenuidad, hicieron una recreación amable del dios Cupido, lo que dio un respiro al tono serio de la ópera. Castro hizo un trabajo encomiable en el aria “Gli sguardi trattieni” (Evita las miradas).

En “Orfeo y Eurídice” se requiere de un coro solvente, y en esta producción se contó con la participación del Coro del Teatro del Bicentenario, dirigido por José Antonio Espinal.

Pese a su compromiso con la partitura, el coro no alcanzó la homogeneidad y transparencia requeridas. Sus mejores momentos fueron en los pasajes enérgicos de la escena de las Furias, o en el canto final del triunfo del amor.

Finalmente, la dirección musical de Gabriel Garrido y el apoyo estilístico de la violinista Ágnes Kértez no fueron suficientes para extraer de la Orquesta Sinfónica de Minería un sonido vibrante. La lectura fue más bien desanimada, sin la energía de antaño del director argentino.

 

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