Después de dos años, Ramón Vargas volvió a conquistar el Teatro del Bicentenario. En esta ocasión, el tenor mexicano celebró sus 35 años de trayectoria artística con una gala de ópera, acompañado de la soprano Leticia de Altamirano y la Camerata de Coahuila, dirigida por Ramón Shade.
El programa estuvo conformado por oberturas, arias y duetos del bel canto, repertorio con el que Ramón Vargas ha ganado prestigio en el panorama de la lírica internacional. Además, el concierto estuvo dividido en tres partes, cada una dedicada a un compositor: Mozart, Donizetti y Verdi.
El recital comenzó con cuatro piezas de la ópera “Don Giovanni”, de Mozart. Tras la “Obertura”, Leticia de Altamirano, ataviada con un vestido azul, cantó el recitativo “¿Cruel? ¡Oh, no, mi bien!”, seguido del aria “No me digas, ídolo mío”.
Aunque desde un principio impresionaron su timbre cristalino y su faceta como actriz, la cantante fue imprecisa en las agilidades y mostró un vibrato excesivo en el registro agudo. Asimismo, su voz de soprano lírica no tuvo el peso suficiente y se escuchó ligera para el papel de Doña Ana, normalmente cantado por sopranos dramáticas de coloratura.
Luego de ser recibido con fuertes aplausos, Ramón Vargas interpretó “A mi tesoro, mientras tanto, id a consolar”.
Como Don Octavio, el tenor sufrió para mantener una buena línea de canto en esta aria. No obstante, tanto él como ella mejoraron en el dueto “¡Ah, vayamos en auxilio de mi padre en peligro!”.
Terminando esta selección de “Don Giovanni”, el público que no había alcanzado a llegar a tiempo al teatro logró entrar y llenó la sala principal. Ya en su lugar, los asistentes disfrutaron del bloque de obras de Donizetti, que inició con la “Obertura” de la ópera bufa “La hija del regimiento”.
De la felicidad se pasó a la tristeza con la gran escena de Roberto Devereux. Tras unas desafinaciones de los cornos en la introducción, Ramón Vargas, como el conde de Essex, ofreció un canto más controlado y emocionante, por lo que, a pesar de evitar el agudo final de la cabaletta, se llevó una calurosa ovación.
El tono alegre regresó con la cavatina “Aquella mirada al caballero” y la posterior cabaletta de la ópera bufa “Don Pascual”. Sin duda alguna, la voz de Leticia de Altamirano resultó ideal para el personaje de la joven viuda Norina, que interpretó con elegante coquetería.
La obra cumbre de Donizetti llegó con el final del primer acto de la ópera romántica “Lucía de Lammermoor”. Como ocurrió con “Don Giovanni”, el papel de Lucía le quedó grande a la soprano, que fue opacada por la orquesta en varias ocasiones. Por su parte, Vargas evidenció un registro agudo esforzado. No obstante, el dueto fue muy aplaudido gracias a la entrega de los cantantes en el escenario.
Sin duda, Ramón Vargas y Leticia de Altamirano brindaron sus mejores actuaciones en la segunda parte del recital. Primero, ambos demostraron sus dotes para la comicidad en la escena séptima de la ópera bufa “El elixir de amor”, que provocó más de una risa.
Después, el tenor conmovió con la romanza “Una furtiva lágrima”, de esta misma ópera, cantada no sólo con sentimiento y dulzura, sino con legato y control de la respiración extraordinarios. Asimismo, su lectura fue fiel a la partitura en dinámicas y cadencias.
El concierto continuó con obras de Verdi: el “Preludio” de “Attila” y dos arias y un dueto de “Rigoletto”. Si bien su voz fue adecuada para el personaje de Gilda, los agudos de Leticia de Altamirano resultaron estridentes; sin embargo, el sentido teatral de la soprano y la seguridad vocal del tenor convencieron al público.
Como obras de regalo, primero Leticia de Altamirano ofreció “Oh, mi papá querido” de la ópera “Gianni Schicchi”, de Giacomo Puccini; luego, Ramón Vargas cantó el “Lamento de Federico” de “La arlesiana”, de Francesco Cilea; y por último, ambos interpretaron y bailaron la popular canción “Bésame mucho”, de Consuelito Velázquez. Con estos obsequios, los cantantes pusieron en pie a la sala.
Ramón Shade estuvo atento en el manejo de las dinámicas, cuidando siempre el equilibrio entre la orquesta y los cantantes; mientras que, a pesar de algunas desafinaciones, la Camerata brindó una ejecución correcta de las obras.