León, Guanajuato.- En la primera edición de Liber Festival, que organizan Grupo Salinas y el Gobierno de Guanajuato, se presentó los días 5, 7 y 9 de junio en el Teatro del Bicentenario, de León, una nueva versión del singspiel “El rapto en el serrallo” de Wolfgang Amadeus Mozart, que resultó larga y tediosa por la concepción de su producción, a pesar de la espléndida interpretación de los cantantes.

La puesta en escena estuvo a cargo del director mexicano Sergio Vela y se caracterizó por eliminar los diálogos y sustituirlos por un narrador, como lo han hecho otros dramaturgos como el argentino Rodrigo García o el británico Martin Duncan, pero con la particularidad de darle la responsabilidad de contar la historia al personaje del Bajá Selim.
El mayor inconveniente de omitir los diálogos actuados es limitar a los cantantes a cantar, lo que afecta el desarrollo dramático y despoja a la obra de su vertiente cómica: un monólogo difícilmente provocará las mismas risas que el divertido libreto original, sobre todo si el narrador adolece de una dicción poco clara, como ocurrió en el montaje de Vela.
Además, la seriedad del relato en español del Bajá Selim, escrito por Fernando Fernández, desentonó con el carácter alegre de la ópera de Mozart, a pesar de contar con la música incidental oriental del ensamble Tambuco.
Contrario de la intención del director de escena, la producción restó peso dramático a los personajes. Por ejemplo, el Bajá Selim, interpretado por el actor francés Nicolas Sotnikoff, estuvo ausente en las escenas en las que originalmente actúa y se atuvo a ser el narrador de la historia entre cada número musical.
Otro personaje de gran importancia escénica es Pedrillo, porque él es quien con su ingenio planea, junto con Belmonte, el rapto en el serrallo. Sin embargo, aquí se ciñó a cantar sus dos arias, lo que hizo que sus actuaciones y la del resto de los cantantes se apoyaran de los movimientos escénicos creados por la coreógrafa Ruby Tagle.
“El rapto en el serrallo” debería ser un espectáculo ágil, de una duración aproximada de dos horas y 15 minutos. Pero con los textos añadidos, esta nueva versión duró casi tres horas y terminó perdiendo dinamismo. Aparte, en vez de que la música y el texto estuvieran unidos en armonía, las 13 intervenciones del narrador quitaron fluidez a la trama.
Asimismo, Sergio Vela dividió la ópera en dos partes en lugar de mantener los tres actos de la obra original para tener tan sólo un intermedio y evitar una segunda interrupción del flujo de la trama. No obstante, este objetivo se incumplió al cortar el discurso dramático con el largo monólogo del Bajá Selim flotando en una luminosa alfombra.
Lucen música y canto
Por fortuna, la música de la ópera lució toda su belleza gracias a los cantantes, cuyas voces fueron apropiadas para los personajes y superaron las exigencias técnicas de la partitura.

Ataviada con un elegante vestido morado, la mexicana Leticia de Altamirano interpretó con carácter el papel protagónico de la joven española Konstanze. De timbre bello y cristalino, su voz de soprano lírica tuvo suficiente fuerza dramática, sobre todo para cantar la famosa aria “Mattern aller Arten”, donde lució unos agudos brillantes y una coloratura precisa, provocando que el público la colmara de aplausos.
De Altamirano compensó las limitaciones dramáticas de la producción con expresivos movimientos: tomando con fuerza un sable, en el aria de bravura se mostró como una mujer valiente y dispuesta a dejarse torturar antes que ser infiel; mientras que en la segunda aria acariciaba el aire con sus manos, revelando su dolor.
El tenor mexicano Édgar Villalva fue un Belmonte ideal. De timbre claro y atractivo, su voz de tenor lírico tuvo el volumen y graves necesarios para cantar sus cuatro arias. Dio cátedra de buen gusto al lucir una línea de canto impecable, un fraseo elegante y un extraordinario control de la respiración que le permitió ligar las frases en toda su extensión y ejecutar las agilidades con nitidez.
Vestido con un fino traje salmón del siglo XVIII, el joven cantante sacó provecho de sus dotes escénicas, principalmente en los duetos y concertantes, donde pudo interactuar con los otros personajes.

El experimentado bajo alemán Bernd Hofmann personificó con solvencia a Osmin. Aunque se notó esforzado en la coloratura, su voz se escuchó grande y potente, y a pesar de que exhibió una amplia tesitura, algunas de sus notas bajas parecieron casi inaudibles, como un re profundo del aria del tercer acto. Fuera de esos detalles, su canto fue de primer nivel e hizo una recreación más malévola que cómica del temible guardián.
La joven jalisciense Anabel de la Mora ofreció una brillante interpretación de Blonde, la criada de Konstanze. Con cuerpo y proyección notables, su voz de soprano lírica ligera fue adecuada para el papel. En sus dos arias hizo gala de un timbre luminoso, una emisión clara y unos sobreagudos destellantes. Estas fortalezas vocales se potenciaron con su talento histriónico.
El tenor regiomontano Enrique Guzmán brindó una actuación convincente como Pedrillo, el enamorado de Blonde. Sin ser muy voluminosa, su voz ligera tuvo la suficiente proyección para dejarse oír en su primera aria, donde, a pesar de la orquestación pesada, nunca perdió elegancia. Fue en la etérea romanza en la que se pudo apreciar toda la belleza de su canto. Y, escénicamente, dio el justo toque cómico al personaje.
Los cinco cantantes no sólo se lucieron en sus respectivas arias, sino que entregaron momentos memorables en los concertantes, sobre todo en el cuarteto del segundo acto y en el quinteto del final, en los que las distintas voces se combinaron en perfecta armonía.
Esto último no se hubiera logrado sin la dirección musical del español Antoni Ros Marbà, quien, al ser un especialista en el repertorio de Mozart, presentó una versión divertida, ágil y majestuosa de la ópera. Las actuaciones de la Camerata de Coahuila y el Coro del Teatro del Bicentenario también fueron sobresalientes.
Un cuento infantil llevado a escena
En cuanto al montaje, el diseño de escenografía de Ghiju Díaz de León, Iván Cervantes y Sergio Vela se apegó a una concepción tradicional de la ópera, ya que la acción se desarrolló a finales del siglo XVIII, en un palacio islámico, aunque en Argelia y no en Turquía como en la obra original.
Para la representación del serrallo y los gabinetes del Bajá, se recurrió principalmente a la proyección de imágenes inspiradas en las coloridas ilustraciones de John Günter y Friedensreich Hundertwasser, que recordaron un libro de cuentos infantiles. La puesta se complementó con un ventanal, el frente del palacio y unas escaleras iluminadas en los bordes, por lo que los cantantes tuvieron espacio para moverse con libertad.
Igualmente, un telón transparente y poroso permaneció durante la función para difuminar la luz y dar un efecto brumoso a las escenas.

El diseño de vestuario de Violeta Rojas estuvo acorde con la propuesta visual de la ópera, en la que los jenízaros y el Bajá Selim lucieron vestimentas tradicionales del mundo árabe, mientras que los europeos vistieron prendas del siglo XVIII. La ópera también contó con la participación de la bailarina Casilda Madrazo como Konstanze como odalisca.
La sala del teatro estuvo a tres cuartos de su capacidad en las tres funciones y el público se mostró complacido con la representación, dedicando una cálida ovación a los cantantes y a los directores del espectáculo.