Cualquier seguidor de “Breaking Bad” podría decir que el final de la serie transmitido el domingo no tuvo mayores sorpresas.
Esto es porque el drama de AMC ha tenido momentos sorprendentes que han dejado al público perplejo constantemente desde su estreno hace cinco años.
Igual que en su capítulo final, que rompió un récord de teleaudiencia con 10.3 millones de espectadores, según AMC.
La cifra es el triple de los que vieron el final de la mitad de temporada transmitido hace un año. El programa de análisis de una hora “Talking Bad”, que se presentó tras el final fue visto por 4.4 millones.
La popularidad de la serie se disparó en sus cinco temporadas y el programa también ha cosechado premios. En los Emmy de la semana pasada se llevó el trofeo a la mejor serie de drama y la mejor actriz de reparto, para Anna Gunn, quien interpreta a la esposa de Walter.
El récord anterior de la serie llegó ese mismo domingo, cuando 6.6 millones de personas vieron el programa al mismo tiempo que los Emmy.
Para aquellos que no quieran saber qué ocurrió, dejen de leer ahora.
¿Listos?
El final cerró una escena que comenzó en la quinta temporada, en la cual Walt (interpretado por Bryan Cranston) aparece con barba y el cabello crecido en un restaurante Denny’s de Albuquerque, Nuevo México. Allí canjeó por otro auto el Volvo que había robado y con el que había atravesado el país desde Nueva Hampshire, donde hasta los últimos momentos del episodio de la semana pasada se estaba escondiendo y era un fugitivo de la ley. Y en el baño del Denny’s, adquiere un fusil poderoso.
La escena, que se adelanta en el tiempo varios meses al 52 cumpleaños de Walt, fue tan seductora como desconcertante para los espectadores cuando se transmitió. Y en el último episodio resultó ser una pieza principal en el rompecabezas de la serie.
Al comienzo del último capítulo, Walt — enfermo de cáncer y buscado por la ley — se dirige a Albuquerque para un último enfrentamiento.
En un acuerdo raro y siniestro con la pareja que se hizo millonaria con una empresa farmacéutica que Walt cofundó, pero de la cual no recibió ni un peso, Walt se asegura de que sus hijos reciban 10 millones de dólares de dinero de las drogas que dejó con la pareja, o que ésta se atenga a las consecuencias.
Walt es abandonado por su esposa, Skyler (Gunn), quien le deja claro que lo odia.
“¿Por qué estás aquí?”, le pregunta fríamente.
“Se acabó”, dice, “Necesito despedirme bien”.
Tras todo este tiempo justificó su descenso de ser un profesor de química mal pagado a un narcotraficante legendario. Antes insistía que lo hacía por su familia, para dejarles algo después de su muerte por un cáncer terminal.
“Lo hice por mí”, le dice a Skyler. “Me gustaba y era bueno en eso. Y estaba vivo”.
Su compañero de laboratorio de producción de metanfetamina, Jesse Pinkman (Aaron Paul), continuaba esclavizado por una pandilla que lo obligaba a hacer cristal para ellos usando el proceso puro de laboratorio que creó e hizo crecer a Walt. Walt rescata a Jesse: su rifle de asalto masacra a los tipos por control remoto desde la cajuela de su auto.
Liberado, Jesse escapa gritando histérico, furioso y agradecido. Pudo vivir un día más.
Para Walt, el resultado es muy diferente. Cuando los policías llegan al lugar de la masacre para atraparlo yace en el piso muerto, aparentemente por una bala perdida de su propio rifle. Un suicidio involuntario lo lleva a escapar de la ley, de sus miedos y del cáncer que lo perseguía.
Y sí, Walt usó la resina que había guardado por años. Envenenó a Lydia Rodarte-Quayle, quien se había coludido con los enemigos de Walt en más de una ocasión, sustituyendo el endulzante que ella creía echarle a su té.
El episodio y la serie termina con “Baby Blue” de Badfinger: “Supongo que recibí mi merecido”.
Y lo mismo piensan los espectadores, con un final tan sorprendente por su relativa falta de carnicería que ató los cabos sueltos y se sintió tan orgánico como imposible por momentos (“Breaking Bad” nunca insistió en ser realista).
Escrita y dirigida por Vince Gilligan, el creador de la serie, el programa terminó como empezó: raro, retorcido y locamente creativo. Con su final se consagró como el mejor drama de todos los tiempos, “Breaking Bad” siguió siendo un producto tan puro como el cristal que Walt White hacía para su fortuna y caída.

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