Lady Gaga logró un nuevo hito en su joven carrera: ser la última artista en tocar en vivo en el Roseland Ballroom, un ícono de la historia musical de Nueva York, que será demolido y reemplazado por una torre residencial de 59 pisos.
Gaga, quien nunca había tocado antes en ese lugar, ofreció una serie de siete recitales cortos, en los que cantó apenas 12 canciones y dio un vistazo de su próxima gira, en la cual presentará Artpop, su más reciente disco y el menos exitoso de sus lanzamientos.
Por el Roseland Ballroom ya habían pasado hace años Madonna, The Rolling Stones, Nirvana -Kurt Cobain se recuperó milagrosamente allí de una sobredosis y salió a tocar su concierto, en 1993-, Fiona Apple y Beyoncé, entre otros artistas que le dieron brillo y mística al lugar.
En su concierto, Lady Gaga evitó los sentimentalismos y se enfocó en su espectáculo, una suerte de versión miniatura de los conciertos que una artista de su envergadura está acostumbrada a dar.
En un escenario decorado como un gran rosal y con un vestuario burlesco, Gaga mostró lo mejor de su repertorio cuando se sentó al piano y sacudió la sala con su voz.
Lady Gaga cerró la noche con una seguidilla de dos temas de su última creación, “Applause” y “G.U.Y.” en medio de una lluvia de papelitos de colores.
Más allá del recital, la noche estuvo cargada de simbolismos.
Algunas de las transiciones, con cambio de vestuario incluido, no resultaron del todo ágiles o limpias, pero Gaga igual logró prender a un público devoto y diverso -había gente de todos las edades- que se quedó con ganas de un poco más.
El concierto duró apenas poco más de una hora y no hubo oportunidad siquiera de intentar un encore.