Los fans de la intriga en la Casa Blanca tendrán más de “House of Cards” a partir de mañana, con el estreno de la tercera temporada de la serie a través de Netflix.
El lado más oscuro y cínico de Washington continúa al mando de Frank Underwood (Kevin Spacey) y es mejor no fiarse de nadie si uno no quiere que le claven un puñal por la espalda.
Junto a su esposa Claire (Robin Wright), los Underwood, fríos y manipuladores, no se detienen ante nada ni ante nadie con tal de conseguir sus propósitos.
“Lo que realmente tiene valor es mantenerte cuando las apuestas están tan altas”, dice con melancolía el personaje Frank en una publicidad lanzada hace semanas para anunciar el retorno de la serie.
Los espectadores dejaron a Frank Underwood, al fin de la segunda temporada, justo cuando está a los pies de la presidencia de Estados Unidos, conquistada a base de crímenes y truculentos complots.
Sobre la tercera temporada, los anuncios permiten algunas suposiciones de la trama. “El presidente Underwood intentará perpetuar su legado”, en relación a su reelección, dice un tráiler. Su esposa Claire “quiere más que el rol de la primera dama. La mayor amenaza que van a encarar, es la de enfrentarse el uno al otro”, dice otro aviso.
El matrimonio parece tambalearse en medio de la agitación política y diplomática que el nuevo presidente tendrá que enfrentar probablemente con fuerza, manipulación y cinismo.
Según ha comentado Kevin Spacey, muchos conocedores de la política washingtoniana reconocen que el lado oscuro, corrosivo, siniestro y adicto al poder del Washington de la serie es “la descripción más precisa de cómo la política funciona en realidad”.
El guionista Beau Willimon, que trabajó en 2004 en la campaña presidencial del demócrata Howard Dean, conoce bien las bambalinas de la política.
“El Ala Oeste de la Casa Blanca es cómo nos gustaría que el gobierno fuera, ‘House of Cards’ es probablemente más cercana a cómo es en realidad”, dijo el año pasado en un acto en el Teatro Warner de Washington. Para el guionista, ser candidato a la Presidencia del país más poderoso del mundo es ya en sí “una forma de locura”.